Saturday, December 16, 2006

Hay veces hermanos, hay veces,
Señor,
en que huelo, casi toco, en que intuyo
lo que es el mundo; en que comprendo
qué es, deseado, un dios deseante por
oteros y collados; en que el alma entiende
que decir no puede lo que el alma
entiende balbuciendo y susurrando:
enorme grito que me anega y que
comprende (que pequeño me veo cuando,
Señor,
me haces grande) que existen, como
partículas de luz que me miran y me
tocan, los milagros.
La alcanzo y la toco y se me escapa
y la intuyo (como mi mujer la conoce
desde los tiempos) y tiene,
Señor,
tu nombre y tiene, universo,
su cara,
y tiene fuerza de hombre (qué débil,
que nada) y tiene alma de dios, pero
miedo a las espadas, llanto de niño,
humanidad que la cabeza agacha.
La verdad. Todos la saben y qué
difícil alcanzarla.
Veces, veces Señor, en que se oye ya
el reino en casa de los hombres, pequeño
rebaño,
Señor,
tranquila impaciencia de saber que se
te tiene, que has llegado y no te hemos
conseguido,
Señor,
desde este mundo de Dios por el que el tiempo pasa
dejando tan llena (y tan vacía por amplia)
tan pacífica y tan blanca, tan sin ti y de ti
Señor,
el alma.

Thursday, December 07, 2006

Tan indigno de ello como cualquiera pero tan desaprensivo como muy pocos, me dispongo a dotar al mundo con una muestra más del género epistolar. Qué curiosa es la vida (me permito aquí un descenso al lenguaje del vulgo), cuando se es un desconocido, también se dota al mundo con historias nuevas al escribirlas, pero es sólo una manera... manera... ¿falaz?. Falaz de expresarse. En fin, me dispongo, decía, a hacer una revisión de la trayectoria seguida (somera, por supuesto) hasta este olimpo de fama y dinero en que vivo; más para dar ánimos que otra cosa y compadeciendo de ¿antemano?, mejor a priori. A priori a quien sienta envidia, pues sé que es sensación poco gratificante.
Jamás llegué a creer que lo conseguiría, y no por ninguna humildad falsa o real, no, sino por cierta atávica tendencia pesimistodepresiva (suena bien) que mis ancestros y no tan ancestros debieron donarme de forma absolutamente reprobable, ya que condeno enérgicamente el débil carácter de quien se agarra a sus circunstancias personales (orteguiana tautología por añadir algo, poco, de erudición) para convertir su vida en una agonía trágica, en un drama epicoindividual (estoy hoy sumamente fácil, observo; de lo que mis lectores se congratularán gracias a un obtuso proceso empaticoidentificativo y mitómano que disto de entender) del que son los primeros, ¿es?. Es el primero en congratularse como espectador propio y compadeciente de sí mismo sin explicarse jamás que los demás no lloren de admirativa pena y respetuosa lástima, qué felicidad, al verlo o verla, que es ya norma político-lingüística el barra-a. Lo que pasa es que me apetece mucho y a menudo abandonarme a la comodidad de una depresión; cómo añoro ese meterse en la cama rodeado de silencio y nada y ese disfrute de la más absoluta abulia: no leer, no escribir. No trabajar... no afeitarse/depilarse. Bueno, dije que no soportaba a los depresivos/as practicantes, y esto da una pista de por qué insinué conocer la envidia.
Bien, decía que jamás confié en llegar a lo que he llegado, aunque nunca abrigué duda alguna sobre la profunda genialidad de mi inspiración y persona, físico aparte salvo cuando me deprimo; incluso, a menudo, leyendo algún artículo, relato o novela me sentía y me siento muy por encima como artista y profesional del artesano del guorperfe o del güinguor (esto suele agradar jocosamente) o lo que sea que se gana la vida con ello. Y como soy muy inteligente, sé que habrá ya hoy quien ocupe respecto de mí la misma posición que yo he dicho ocupar, con lo que yo sería un injustamente afortunado simple orfebre aprovechado por y beneficiario del (así, en... ¿ceugma?) sistema, mientras que el contemplante (¿habré repetido esta palabra?) se ve inopinadamente relegado al anonimato, la oscuridad y, seguro, al no desahogo económico. Pero como soy muy inteligente, ya dije y han podido comprobarlo ahora y en mis múltiples intervenciones televisivas y periodísticas, suelo evitar estos argumentos siempre que puedo, que es cuando no estoy deprimido.
Estaba diciendo que jamás tuve fe plena en que llegaría aquí, aunque comenzaré por el principio, reescribiendo y reescribiéndome como todos siempre. Notarán en. En no, por. Por esta frase que durante un tiempo me gané parte del sueldo haciendo críticas literarias por encargo, antes de ser una voz nueva, pero no adelantemos acontecimientos retrospectivamente.
El principio, el feto, el germen, el culmen (¿a que estas palabras deberían llevar tilde?) del inicio, los primeros balbuceos (es imprescindible manejar la sinonimia, todos lo sabemos, pero... ¿existe realmente la sinonimia?) fueron, contra todo pronóstico, prospectivo ya hoy, claro, de lo más común: unas estrofillas de cuatro versos octosílabos, o endecasílabos si sobraba algo, con un repugnante tono imitatorio de Gustavo Adolfo con Manuel Machado que aún hoy me da náuseas. Afortunadamente se perdieron y no los recuerdo. La causa de semejante desatino también era, para el escarnio de mi memoria, de lo más previsible, pues siendo un gordito marginal empolloncete estaba, además, enamorado. Ahí empecé. Pero solo como diarrea sentimental con finalidad exclusivamente terapeutica, esdrújula terapéutica, seguro. Lo que pasa es que le cogí el gustillo in o sub consciente. Luego vino una larga temporada en blanco, hasta que tuve la primera depresión y mi vientre buscó de nuevo el alivio del papel y la pluma (no sé si quedará bien. Sí, tampoco es tan original. Perfecto). Fue entonces, ya era jovencito, cuando comencé a plantearme que, a lo mejor, era bueno lo que escribía, hice varias cositas y decidí que iba a sentirme escritor. A partir de esta resolución dejé de escribir, dedicándome privativamente (y así no vuelvo a poner exclusivamente) a sentirme escritor. De semejante majadería saqué una de las más conseguidas depresiones que he tenido nunca y que, superada, echo a menudo de menos con nostalgia y dolor, pues pocos golpes hay tan duros en la existencia de un genio literario como descubrir que para ser escritor hay que escribir, pues es entonces cuando esa sublimación espiritual del carismático y feliz infeliz se convierte en conceptos como trabajo, esfuerzo, disciplina y, lo peor de todo, innumerables muestras de porquería indigna de nuestra (mejor el plural, menos autoinculpatorio) capacidad. Dicha experiencia traumática suele coincidir con la llegada a nuestra órbita de designios de la ansiedad causada por un infinitivo infame cuando in-satis-fecho: publicar. Las de esquizofrenias que causa, pues se ha de pasar de ser un autocomplacido ignorado a un por fin examinado, no obstante es muy difícil, ya se sabe. Me pasé varios años trabajando en mi vendidísima primera novela, con la que me forré y con la que me deprimí a gusto dos o tres veces mientras la escribía y dejaba de escribir. La había comenzado al tomar conciencia de la maldición del escritor explicada de suso, aquello de que hay que escribir para poder quejarse de que uno no publica, sorprendentemente, dada mi calidad, asimismo con esta artimaña estuve a punto de fracasar, pues la envié a editoriales mil (siempre de las fuertes, eso sí) antes de acabarla, pudiendo así dejarla aparcada para deprimirme un poco, dado que ningún editor/a parecía darse cuenta cabal de lo que tenía entre manos y no se ocupaba de orientarme y darme el espaldarazo necesario, aunque ese vocablo siempre me produce cierta aprensión. Me sentí, así, pleno, pues tenía de las dos cosas: un considerable número de acuatros mecanografiados a doble espacio y un aún pleno anonimato, con lo que podía ser un desecho y un triunfador al acecho a la vez, que ha sido mi única adicción a la adrenalina.
Sí, ya sé que dicho con esta proverbial diafanía que me caracteriza suena fácil, pero me metí en una espiral que amenazaba con privar al mundo de mis obras. No. Del conocimiento de mis obras, ya expliqué el matiz al principio de mi carta. Fue gracias a la ayuda de esa persona especial, única e irrepetible que todos tenemos al lado que resolviera esforzarme en buscar más apoyo logístico antes de abandonar mi destino definitivamente y hundirme en la queja eterna, porque si hay algo más aterrador y subyugante que estar escribiendo y quedarse atrancado es la sola idea de acabar y comérselo todo con patatas. Aún hoy se me eriza el vello, menos mal que como soy famoso me publican lo que sea.
Algo había adelantado sobre ello y termino. Cuando casi me veía obligado a optar en deprimirme para siempre jamás y con razón, que no hay mayor placer para el ser humano, intervino el azar de la providencia y, por casualidad, ya que mi mujer había enviado cientos de rogativas periódicas a quien algo tuviera que ver con el sector, me pidieron, mejor, me concedieron, no seamos (de nuevo el plural) pedantes, una colaboración en donde Dios quiso. Algún que otro crítico que trabajaba en algún que otro grupo editorial rentabilísimo quedó subyugado (otra vez me resuena una palabra) por mi brillantísima prosa y me concedió el honor máximo: la calificación de nueva voz, de autor en ciernes (eso si que es una gilipoyez) de joven renovación (con más de treinta años y viviendo con mis padres, por Dios Santo, joven, que le hubiesen preguntado a mi progenitor). ¿Qué pasó?, que me pusieron de moda, como a otros, gané pasta, me encontré a mimismo (me gusta así) y pude ser normal, que es como casi ser feliz pese a que tuve que renunciar a deprimirme según mi libre albedrío, cosas mías, y me veo obligado a estar siempre ufano, por lo que soy y lo que tengo. Qué vida esta tan esclava de su propia lógica... aunque ahora que lo escribo, quizá haya descubierto alguna nueva razón-para, que no es mal final para convencionalizar la cosa, y es que me asombra mirar lo que uno es capaz de hacer para labrarse un destino algo más confortable. Dicho queda, e iré a ver si hay patatas, aunque si esta carta ve la luz es que no hicieron falta. ¿Ven como no es tan fácil la cosa?.

Saturday, November 25, 2006

El campo se tendía llano y cálido, casi dormido, hasta donde alcazaba la vista, salpicado de encinas y matojos que empezaban ya a jugar con las sombras. El cesto de higos chumbos estaba ya casi lleno. Las manos del viejo se movían, arrugadas y lentas, seguras, por entre las púas de las chumberas con una navaja pequeña y gastada que su abuelo recibió de algún otro abuelo. Ahora era suya y se la daría a su nieto muy pronto. Los hijos siempre quedan cogidos en el tiempo. Uno es demasiado joven para darles lo que ama, y, cuando se olvida amar lo poseído, los hijos son, ya, demasiado viejos. Menos mal que casi siempre hay algún abuelo.

Sonido de caballos. El viejo se dio la vuelta y vio dos jinetes de corto con garrocha.
- Buenas tardes nos de Dios. ¿ Gustan ustedes un higuito ?
- Viejo, ¿ Qué haces aquí ?
- Aquí estamos, cogiendo unos higuitos para la familia. Pa entretenernos.
¿ Ustedes gustan ?
- ¿ No sabes, viejo, que esto es coto privao y que aquí no se puede entrar ?
- Sí, pero na más que estoy cogiendo unos higuitos, ya me voy...
- Quieto, viejo, que te llevamos.
- No hace falta, señores, me voy dando un paseíto.
- Sube.
A caballo el campo se ve de otra manera. Uno ya no es de la tierra. El campo es suyo. Todo trota, lentamente de arriba a abajo y es uno capaz de ser veloz como los animales y como la naturaleza. Y lento como el sol. A caballo el hombre es más hombre porque es más animal su cuerpo, pero bueno, el caballo no era suyo.
Los jinetes vieron a un novillo y empezaron a correrlo. El viejo, detras de uno de los caballos, callaba. Eso sí que era correr. Animal contra animal abajo y el hombre arriba, haciéndolo, quieto, todo. Tirado el novillo y enlazado, uno de los jinetes, ya a pie, le torció el cuello hacia el suelo. El animal, con los ojos desencajados, se dejaba hacer, mientras no le pusieran otro de aquellos hierros calientes...
- ¡Trae ya al viejo!
El viejo se vio de nuevo en tierra, y, al momento, sentado en el cuello del novillo y cogido a un cuerno.
- Ahí te quedas, viejo, para que aprendas a coger higos en sitios menos peligrosos que este, y ten cuidado, que ya sabes que cuando te levantes, si no se le antoja antes, se levanta el bicho.

Eso no era lo que él entendía por estar el hombre arriba y el animal abajo, no señor.
Justo al lado, el canasto de higos y la navajita clavada en uno. Quién pudiera comerse uno, con lo seca que tenía la boca. Los segundos se hacían muy largos. Debajo sentía el movimiento del animal al respirar, todo negro y ojos.
Bueno, algo habría que hacer. Su mano libre fue, con la firmeza del que conoce, al canasto y salió de él la navaja con la hoja húmeda del agua de la fruta. Con decisión y pena, pero sin remedio, el viejo hundío la navaja detrás de la mazorca del animal y sintió debajo de sí una sacudida seca y el fugaz comienzo de un mujido de imcomprensión.
¿ Qué otra cosa podía hacer ?

En su casa no estaban tranquilos y desde la puerta lo vieron venir entre la tarde y el silencio, todo lentitud y tristeza.
- ¿ Qué te pasa abuelo ?
- Na hijo, que he perdío tu navajita.
Aquello no era lo que el niño esperaba oir, pero bueno, era su abuelo.
- No importa, abuelo, tú me haces otra.

Los dos jinetes venían de la taberna del pueblo, allí se habían enterado de que Manué el conoceó había ido ese día a coger higos.
- ¿ Manué el conoceó ?
Sí, había sido capataz del cortijo desde antes de que ellos nacieran y hasta poco antes de que ellos llegaran. Lo dejó por la edad, y fue muy amigo del padre del señorito.
Los jinetes no tuvieron más que mirarse para saber que tenían que coger el caballo e ir a donde habían dejado a quien acababan, ahora, de conocer.
En el bar, tras un momento de pensar en imaginar algo extraño, todo siguió como antes, vasos, voces, ruído de dominó y el humo pasado entre ojos entornados.
La calle, con la blancura eterna de la cal y la ropa tendida, seguía dejándose llenar de sombras, y ya salía la gente a la puerta a tomar el fresco.

Llegaron los jinetes y vieron al novillo, aún más negro, tendido y quieto, y , en su cuello, clavada arriba, una navaja.
- Sí que es conoceó el viejo.
Y con el aire agrio de quien descubre la propia estupidez, se alejaron del animal muerto y de la navaja que, muerta ahora también, acababa allí su camino de ir de mano en mano.

Aquella noche el viejo Manué, mientras comenzaba a hacer otra, cerca su nieto, le hizo ver al niño que también él sería padre y abuelo y que, aquella navaja, nueva ahora y tan vieja como el campo, se la quedara siempre, y que le diera otra a su hijo y otra a su nieto para que cogieran higos frescos y para que pudieran convertir, ojalá no, algún día, a un toro, en la culpa estúpida de otros hombres...
- ¿ Hijo, sabes lo que es un toro ?

Saturday, October 28, 2006

Tiempo hace que no escribo,
y es curioso, era por no querer
y, aún así, lo echaba de menos.
Os echaba de menos, si yo decimonónico,
queridos lectores.
Decía que es como estar un poco
mudo siendo cantor, como si perezoso
siendo galgo corredor, badajo
sin campana, del silencio homónimo
por no dar voz a ese profundo que suena.
Y sé porqué, aunque no me lo explico;
porque no es razón, pero pesa,
pensar que mi voz no tiene sonido.

Friday, October 20, 2006

AZAR Y NECESIDAD, CASUALIDAD Y DESTINO.
SHEPOPAPOTEZUMA.

Shepopapotezuma. Ese es mi nombre, y mi vida, se me apareció de repente un día mientras trabajaba. Bueno, no fue exactamente mi vida, sino su sentido, mi destino, aunque no pueda aplicárseme un termino así. Pero comenzaré por cualquier momento de mi infancia, al que, como hacéis vosotros los humanos, podemos llamar principio.
Cuando era pequeño me encantaba ir a ver trabajar a mi padre. Aunque ahora lo considero un trabajo pesado y estresante, por aquel entonces me encantaba subir a su nube de un blanquísimo color azul nube y verle realizar día a día su labor. El me recibía con un beso en la frente y una palmaditas en el hombro y seguía borrando, escribiendo, soplando y amasando. Cada vez que yo le decía que quería ayudarle, suspiraba sonriendo y me decía que hiciera cualquier pequeña tarea sin importancia que me hacía sentir enormenmente ufano y orgulloso. Yo pensaba para mí que ojalá tuviera alguien con quien consentir (con-sentir) aquello, pero, casualmente, mi destino era estar solo. Esto, el estar solo, me provocaba con frecuencia arranques: arranques de mal humor, de coraje, de cariño, de amor universal, de tos... éstos eran los más molestos por insistentes y empecinados, pero, al menos, me servían para que mi padre y único amigo, compañero etc, dejase un poco su trabajo y se viniera hacia mí con cara de interés. Yo le miraba rojo, inflamado y con cara de globo diciendo orj ofoj y con los ojos amorosos parecidos a dos catástrofes. Y le agradecía aquello en el alma. Me gustaría contaros todo lo demás que yo hacía allí en mi vida primigenia y daros detalles y anécdotas, pero no puedo, y no porque no tenga tiempo o interés, es que no tengo nada que contar sobre mí mismo allí. Todo lo que podría deciros son historias de otros, porque mi siendo (eso a lo que vosotros llamáis tiempo) solía pasarlo mirando las vidas de vosotros los normales. Dediqué a ello tanta energía que me convertí en un auténtico especialista y tomé una decisión que a mí me pareció insignificante pero que mi padre recibió con gravedad imprevista.
- ¿Sabes la tremenda posible trascendencia de lo que me estás pidiendo Shepopapotezumaito? - odiaba que me llamase con ese diminutivo, por decirlo de algún modo-.
- Ppnn ues no, ¿y? - la contesté yo adoptando todo el aire de inteligencia que fui capaz.
- Nuestras intromisiones en la vida de nuestros creados, hijo, son hechos de enorme importancia que pueden trastocarlo todo si no llegan en el momento oportuno. Sólo en casos de algún fallo en la producción he solido crear a un especialista para enviarlo a arreglar las cosas. No eres necesario ahora allá abajo, además ¿no estás a gusto aquí conmigo?
- Hombre sí padre, pero yo no dejaría de estar en ti y tú en mí siendo nosotros uno y todo eso que me has enseñado y que no acabo yo de... bueno, es para distraerme un poco, cuando tú quieras me llamas y ya está ¿vale? ¿sí?
MI padre me miró fijamente un rato y dijo un "está bien" con esa cara que he visto poner a muchos hombres cuando su pareja les dice "prométemequevasahacerloqueyoteviadecí. Promételo" y les besan. Pero bueno, iba a cambiar mi existencia y aquello me parecía interesante, aunque me extrañó no alegrarme enormemente al conseguir lo que quería, pero es que uno es así de rarito. Hice la figurita de cera que me encargó mi padre, le escribí mi nombre, le di un beso a mi viejo, le eché mi aliento divino a mi figurita y así nací... en mi viaje desde el cielo hasta el útero de humana oí vagamente gritar a mi padre que se me había olvidado algo... cualquier tontería, al fin y al cabo, uno es dios también y supongo que mis fallos no pueden ser importantes. Me oí llorar por primera vez en mi vida y al poco estaba chupando una morenísima teta amazónica y me sentía estupendamente. Pude comprobar que estaba en un poblado de una tribu prehistórica de esas que aún viven igual que al principio en pleno siglo... finales del 20. No había previsto aparecer ahí, pues conozco a toda la humanidad y sé que no son los más divertidos, pero bueno, no estaba tan mal para empezar, y ya tendría tiempo de ir a grandes aventuras. Me sonó extraño eso de no estaba previsto y recordando recordando casi visualicé los gritos que me estaba dando mi padre cuando me fui. Había sido imbécil, y descubrí que yo también era, extrañamente, susceptible de equivocarme. Se me había olvidado escribirme mi historia en la espalda de cera como hace mi padre con cada una de sus criaturas. Aquello me pareció terrible en un principio: mi espalda estaba en blanco. No cumplí aquello de "al principio fue el verbo" que me enseñó un hermano de mi padre, aunque tampoco tenía por qué ser tan grave. De todas formas lo hubiera tenido que escribir yo mismo antes de vivir, y supuse que igual daría escribirlo después de vivir contando lo que ya había sido. No tenía por qué haber diferencia alguna. ¿No?
El brujo de la tribu me alzó en alto. Yo protesté con un berrido, pues sin darse el hombre cuenta, que no digo yo que fuera un delicuente, me había cogido un pellizco en la parte interna del muslo donde comienza una zona sacra que tenía el impulso de proteger como a mí mismo. Yo sabía que era así para todos, pero me llamó la atención comprobarlo por mí mismo. Protesté de nuevo y todos rieron y aplaudieron. ¿Acaso comenzaban ya algunos problemas de comunicación? Mentalmente le transmití mi nombre.
- Este niño se llamará... Pepotrapometec.
O sea, que mi mensaje no le había llegado telepáticamente diáfano. Probablemente el doloroso pellizco mermó mis facultades. Al menos me bajó y me entregó de nuevo a mi madre. El universo salió del caos.
A partir de ahí, eso que vosotros conocéis como infancia, corrió para mí de la forma más normal. Estaba todo el día moqueando y sentado en suelo con el culo al aire chupándome los dedos, exactamente igual que mis colegas. Cuando fui ya lo suficientemente grandecito, le dije un día a mis padres:
- Padre. Madre. Bienamados sois para mí y tendréis un día en el cielo el agradecimiento eterno de mi padre. Ahora he de dejaros e irme con mis ahora congéneres para experimentar plenamente una vida.
- ¡Toc toc puet ettamoalc, Ainc font latemuelt conac...! - me contestaron ellos con desprecio y enfado, acabando por decirme algo como "y vete con tus..." cosa que jamás logré entender.
A pesar de aquel ambiente poco positivo, conseguí llegar, tras una amplia travesía de toda la selva en la que admiré las obras de mi padre, a la ciudad, donde seguro que podría dedicarme a disfrutar un poco de la existencia.
Como si me hubiesen reconocido, todas las gentes de las calles por las que iba pasando, me señalaban y miraban abiertamente, y yo les sonreía con afabilidad como criaturas mías que eran y ellos reían felices y seguían su camino moviendo la cabeza de un lado a otro. Mi cuerpo humano me envió en un momento dado una señal de que quería comer, con lo que entré en un lugar donde muchas personas comían y bebían y pedí lo que mejor me pareció. Sentí algo de frío, pues había en el local aire acondicionado y sentí también que las cachas se me pegaban sudorosas al asiento de plástico, pero no se estaba del todo mal, aunque hubiera preferido que dejaran de mirarme y de sonreír para comer tranquilo. Al traerme el postre me entregaron la cuenta, cayendo yo en ella y comprobando mi carencia de esa prueba suprema que mi progenitor envió a los hombres y que se llama dinero. Ir desnudo era conveniente o no según se mirara, pero ir sin dinero era absolutamente desaconsejable incluso para un dios como yo. Recé a mi padre y me agaché para recoger la cartera perdida que él puso allí por casualidad y lamenté una vez más mi olvido de ponerme un destino maravilloso y ordenado cuando me creé. Tendría que labrarme mi propia vida y eso comenzaba a parecerme, cuando menos, enojoso.
En fin, dejé el dinero en la mesa y me dispuse a irme cuando se sentó a mi lado un señor con traje fino, fresco y elegante y, enfrente, dos jóvenes, también con gafas y pelo corto.
El señor se dirigió a mí con aquella lengua de mi tribu en la tierra que sonaba como golpes en un baobab (o cualquier otro tronco gordo, la verdad) diciéndome que estaba muy sorprendido de haber visto a un yanomami como yo ir a la ciudad. Y me dio la bienvenida en nombre de Shepopapotepapá. El pobre ignorante.
Yo le contesté en cristiano, cosa que le sorprendió aún más, para preguntarle que qué deseaba, a lo que él me contestó que simplemente deseaba, sin me parecía bien, poder tomarme como objeto de estudio, ya que yo representaba un fenómeno originalísimo y fascinante de autoinclusión voluntaria de la naturaleza virgen en la moderna sociedad industrial de consumo. Ya me había parecido ignorante, pero ahora estuve a punto de tacharlo de infeliz, menos mal que pensé a tiempo que la criatura no tenía por qué saber que yo era su superior y que había dicho no otra cosa sino una sarta de gilipoyeces. Le sonreí aceptando, pues para eso estoy, para aceptar lo que los corazones humanos piden de buena fe (siempre que sea conveniente a sus destinos de salvación escritos por mi padre) y le dije mi nombre y le di la mano. Él dijo que yo debía ser príncipe en la tribu para llamarme así y se presentó. Era un afamado catedrático de antropología y los dos cretinillos felices que tenía delante, dos destacados alumnos. Me digné a darles la mano, aunque me la estrecharon como si le dieran una moneda a un niño.
Decidí que quizá era aquella la primera señal de mi destino posterior. Ya dije que mi sino sería contrario al de todos los humanos: estaba en blanco y yo lo rellenaría. Pero esto sólo lo sentí yo, pues bien sé que todos vosotros tenéis al misma sensación, aunque estéis equivocados.
De camino hacia un hotel le comuniqué a mi nuevo amigo que, puesto que había venido a este mundo a experimentar sensaciones humanas que de por mí no podía disfrutar, para lo que era necesario mi absoluta imbución en sus normas y estéticas, deseaba comprarme ropas adecuadas y ajustar mi imagen a las modas con las que aquellos humanos se mensajeaban unos a otros. Él lo recibió con desencanto, pues, me explicó, con los atributos, colores y desnudeces de mi tribu, era más auténtico. Tuve que espetarle que no fuera pacato o tonto, que yo era yo en bolas o vestido y que me ayudase a sentirme cómodo
Aquello fue una de las primeras sensaciones humanas que experimenté conscientemente: la incomodidad. Cuando llegué a la ciudad me suaba uir huevloc aquello de la vestimenta, pues yo era una mente superior y sabía que todos somos iguales vistamos como vistamos y lo exterior es pura convención. Intelectualmente no se me quitó esa convicción pero deseé pasarla por alto y adaptarme por pura inercia. Qué extraño, pero no era nada malo, así que me compré un buen vestuario, moderno y elegante (mi padre me había enviado una cartera generosísima). Frente al espejo recibí una impresión contradictoria pues estaba conforme pero algo azorado, me reconocía a la última pero la boca me sabía a algo amargo e indefinible cuando me giraba y me veía mangas, zapatos y corbatas. En fin, mejor no prestarle mucha atención a todas esas nimiedades.
En el hotel me sentí tratado como realmente debía serlo y recobré la seguridad en mí mismo. El lenguaje humano había creado dos formas distintas para expresar ideas contrarias: lo malo, incomodidad; lo bueno, seguridad en uno mismo. Parece ser que me adentraba en los vericuetos de los sentimientos.
El profesor se despidió de mí y me eché en la cama mirando al techo. Me recogería a la mañana siguiente para que diese una conferencia en su facultad. Intentaría serles útil a los hombres, me propuse.
Me picaba un poco un huevete y me lo rasqué repetidamente. Se me quitó al poco, pero fue sustituido por una dureza en el órgano más largo de aquella zona. No sé si tendrá algo que ver o no, pero, simultáneamente, me sentí solo. Para quitar la inflamación sabía lo que debía hacer aunque podía también resistirme ya que soy un dios, pero como nada hay de malo en ello y divierte,,, pero no se me fue la soledad. Menos mal, pues así podía adentrarme en otro estado anímico más. Recé de nuevo, pero ahora vi que me encontré con un problema, no sabía qué pedirle a mi padre y tuve ganas de llorar. ¿Seré imbécil? Yo llorando ¿Para qué? ¿Por qué? Bueno, tampoco es malo llorar y lloré hasta hartarme. Terminé mi rezo diciendo aquello que está escrito de "hágase en mí según tu palabra" que a mi padre tanto le gustó hace ya 2000 años. Lo que pasa es que en aquella mujer (y en cualquier humano) aquello era de una grandeza y aceptación encomiables, pero en mí era una perogruyada, pues no me había escrito nada y decir aquello era aceptar también para mí el también famoso "no soy digno de que entres en mi casa (corazón, alma...) pero una palabra tuya bastará para salvarme". Me sentí mejor. En todo caso mi buen padre estaba arriba y aunque mi vida estuviese sin hacer, no me iba a abandonar al desorden. Sonreí al recordar la depre transitoria por la que había pasado y me dormí tranquilo y con más aprendizaje en la cabeza, aunque sin lograr entender aún por qué, a pesar de aquellas certezas incuestionables me pesaba el pecho y la garganta un poco más de lo normal.

El aula magna estaba repleta. Me desperté sereno y relajado esa mañana, y me sentía bien delante de todas aquellas personas ávidas por aprender. El traje me quedaba francamente bien.
Me habían dejado el lugar de honor. A mi izquierda estaba el catedrático famoso y a mi derecha el rector de la universidad. Debía ser muy importante mi amigo. Se sentaban también otros decanos y demás hombres importantes.
El profesor me presentó con halagos hacia mi persona y mentalidad y dijo que yo era un excelentísimo ejemplo de autoanálisis y libre albedrío. Que todos tenían mucho que aprender de mí.
Guardé silencio un rato antes de comenzar. Les hablaría de cómo son creados los hombres y de la existencia de su destino. De cómo las oraciones son oídas siempre aunque no lo parezca y de cómo los hombres creen que existe el bien y el mal, lo bueno y lo malo... La incomodidad y la tristeza y el estar seguro de sí mismo o en paz de forma equivocada pues lo que ello interpretan como mala suerte o destinos adversos no son sino lecciones e instantes necesarios para el creador para transmitir así enseñanzas superiores y alimentos espirituales... La relación existente entre lo que llamamos lo jodido, un marrón, una lástima o incluso una tragedia y su valor real es tan ficticia e incierta como la existente entre un picor de escroto y la soledad. Y yo, Shepopapotezuma, os lo aseguro, pues es palabra de dios.
El silencio que siguió al mío comenzó a pesar y no fui capaz de interpretar nada. El público tenía cara de ofendido casi y parecía que quería escupirme por decirles aquello, que en realidad sus destinos son caminos de paz y bondad y que el dolor es sólo la duda que les acecha cuando lo ponen en tela de juicio.
El profesor habló para encomiar las posibilidades de debate que aquel cuento popular de mi tribu abría y para alabar mi capacidad dramática que los había embelesado y que cubría, por timidez, mi enorme capacidad crítica que me había hecho ir de la prehistoria a la civilización. Todos suspiraron con alivio y comenzaron a batir y debatir con el profesor. Quise protestar pero ya nadie me atendía, aunque sí me sonreían de vez en cuando para que yo asintiese con seriedad, lo que parecía encantarles.
Lo único que pretendía era ayudarles un poco y darles ánimos aunque, pensé, quizá no lo necesitaran y yo hubiese estado presuntuoso. El sentimiento que experimenté aquella vez fue de inferioridad. No endógena, pero sí exógena, es decir, yo era un dios, eso era un hecho, pero a los demás les importaba un, un... vale así. Me apliqué mis teorías y salí adelante y deduje que había aprendido que a un humano aquello pudiera parecerle un triste destino, aunque fuera por falta de fe.
Pero las casualidades y los destinos son volubles y tras la conferencia me ofrecieron un buen sueldo por seguir dando charlas vestido con un traje. Acepté, pues muy bien podía ser aquello parte de ese destino inexistente pero que, a lo mejor, mi padre estaba pronunciando.
Comencé así una vida tranquila y respetada por respetable aunque (bueno, aunque no, gracias) gracias a la cual (no sé si por casualidad aunque probablemente sería para cumplir mi destino) experimenté otro de los sentimientos más dominantes y con peligros de frustrante que acechan al vulgo: el aburrimiento. Creo que poco hay que explicar de él, pero en mi denodado esfuerzo por salir airoso de los trances humanos, descubrí la función de bondad de semejante catástrofe anímica: gracias a él se produce un proceso casi siempre fructífero. A saber: mal humor, depre, lucha y crisis, actividad, y cambio. Estas fases se cruzan y entremezclan entre sí y también con soledad, incomodidad, picores púbicos impúdicos, euforias ridículas... pero acaba imponiéndose, al menos en mi caso, que para eso soy un dios, la razón, y con ella la paz de espíritu. Mi salida me la envió mi padre en forma de mujer e hijos y fama, pues en mi crisis había escrito mis conferencias, que se vendían muy bien.
Conocí así la felicidad humana, a la que algunos llaman plenitud, lo que es muy acertado, y disfruté a fondo del coñazo que me daban mis hijos y mi mujer, que eran mi vida entera, gracias a dios. Me hice viejo y comencé a introducir el tema de la muerte en mis escritos, y fueron muchos los que me enviaron agradecimientos por revelarles un futuro tan halagador y también hubo quien me escribió cosas como "hijo de puta embustero" y otras de esa elegancia, pero era sólo porque se negaban a sonreirle a sus destinos. Los pobres.
Antes de expirar, después de ochenta años en la tierra, intenté, sonriendo, animar a mis familiares y amigos explicándoles que todo aquello era bueno y necesario y que no tenían por qué llorar. Pero sólo son humanos, pensé, y dejé que se desahogaran.

Mi padre me recibió con los brazos abiertos.
- Te has hecho todo un hombre -me dijo-
- Pps ues sí -siempre me costaba hablarle con claridad-
- Qué, ¿cómo te ha ido?
- ¿Que cómo me ha ido? ¿Nno lo no lo sabes? ¿No me escribist te ni pronnunciast te nada para mí?
- No, claro, lo podrías haber hecho tú mismo ¿acaso no es igual?
- Claro que no -cogí carrerilla- claro que no -repetí asombrado de mi locuacidad- ¿No te das cuenta de que entonces he vivido por casualidad? Yo creía que te estabas ocupando del asunto tú mismo.
- Shepopapotezumaito. Shepo -así me gustaba más- ¿No te das cuenta de que no ha tenido mayor importancia?
Era cierto, pensé, pero me dio mucho coraje.

SHEPOPAPOTEZUMA.

Friday, October 13, 2006

Mi máximo mundo, mi destino,
mi futuro es, ahora lo sé,
llamarme como me llamo.

Por encima de mi mano,
sobre mis nombres, sobre mí mismo,
sobre quienes como yo se llamaron
y, con todo a la vista, mínimo
y debajo, sé cómo se vestirá
mi mañana: como yo me llamo.

En miles de ojos y letras,
en palabras que amo, a través
de como me llaman,
como tú me llamas
y como a Dios no llamo,
voy buscando mi nombre, que
sé viejo y que espero blanco.

Entre cielo y tierra, lloviéndome,
voy queriendo confundirme con la
voz de mi amo y voy,
ese nombre que es mi grito, sin querer,
pronunciando.

Thursday, October 12, 2006



Ese es el libro de Jorge y las páginas en blanco. Y el de las gafas soy yo, el ínclito autor.
Bienvenida y bienvenido seas a este blog indigente y lleno de páginas para ser escritas. Un beso. Un abrazo.

Currículum.

Después de leer el currículum donde presuntamente se ha de reflejar lo que soy y lo que hago, la verdad es que no he conseguido reconocerme.
También sé que no es lo normal y temo que pueda perjudicar la consecución del fin que toda persona que envía un currículum persigue y que es ocioso decir, pero tras pensarlo detenidamente tampoco le veo nada malo a contar mi acontecer laboralmente interesante,
por llamarlo de alguna forma, de otra manera. Aunque si no le parece bien, que también es lógico, más adelante hay un currículum de los normales.
Me llamo Rafael Alé Jiménez, y la mayoría de los que me conocen tienen la originalidad de llamarme Rafa. Soy más o menos bajito, moreno y normalito según creo yo, no obstante lo cual, mi novia, Nuria,dice que soy guapo ( es una persona llena de fantasía y optimismo ). Vivir lo que es residir vivo en Utrera con mis padres, como todo buen parado ( vive con sus padres no en Utrera, digo ) pero ello nunca ha sido obstáculo para trabajar en Sevilla...- tenía que rebatir la posible objección-. También tengo residencia en Sanlúcar de Barrameda, aunque supongo que esto no es muy interesante. De pequeño pequeño quería ser picador, luego, cuando cobré el escaso uso de razón que poseo, decidí ser ingeniero, como papá, lo que me valió ser el púber que mejor conocía la Escuela Superior de Ingenieros Industriales de Sevilla, y así hasta segundo de BUP, donde conocí al que es, desde entonces, mi modelo de profe, y que daba liteatura y esas cosas y que me ayudó, sin premeditación ni alevosía, a descubrir mi verdadera vocación y a darle a mi padre el consiguente y mayúsculo disgusto ( ¡¿filólogo?! ¿ y eso para qué te va a servir ? ) hasta hoy sigue teniendo razón, cosa que, decididamente, odio, claro. Mis doce primeros años de estudio los pasé en los Salesianos de Utrera, donde a punto estuve de hacerme cura, pero no me guió Dios por ahí. Esos 12 años me han marcado indeleblemente, y creo que allí se fabricó ( cosa explicabilísima por lo demás ) gran parte del Rafa que soy hoy día. Debo estarle profundamente agradecido a los desvelos de todos aquellos seguidores de Don Bosco, porque gracias a ellos soy un pobre y feliz filólogo aprendiz de ser humano. En el cole era uno de los empoyones y de los que se apuntaban a casi todo: campamentos, revista, grupos de pastoral, oratorio... la familla de pedante me la tenía ganada a pulso, claro está que uno era joven y enérgico. En 3º de BUP cogí letras, y así me matriculé en la facultad de filología de Sevilla, donde estudié todo lo que pone en mi certificado de notas, del que adjunto una fotocopia por si interesa, y donde conocí personas normales y extraordinarias, entre éstos a Tomás, que será relevante más tarde. El último año de carrera me becaron para acabarlo en Italia ( dato presente en el currículum normal para impresionar ) aunque me vine antes de tiempo porque la organización era pésima. Eso sí, tengo un italiano la mar de apañado y perfeccioné mi inglés al compartir piso con el que era allí profe de inglés, Ian. En Potenza di mis primeras clases, porque el catedrático de español de allí decía que yo era un profesor más cercano al español que él. Pasé unos cortes terribles.
Tras acabar la carrera, ya se sabe: CAP, algún curículum y oposiciones, aprobé las primeras ( 1991 ) pero me quedé sin plaza, y así desde entonces. En 1992 mi amigo Tomás, que había entrado de profesor en Las Esclavas, se puso malo una mañana y me llamó para que lo sustituyera en 3º y COU dando literatura y latín, a partir de ahí, no he parado de sustituir en el mismo colegio en BUP, EGB, Primaria, Reforma...y he dado de todo, hasta examiné de flauta a 120 niñas de sexto. Qué encanto. Mis compañeros me dicen el parche.
Ahora mando esto porque, aunque me ha dicho mi directora que hace todo lo posible por buscarme un hueco y aunque me estoy preparando las oposiciones ( otra vez ) le he cogido el gusto a la enseñanza privada con sus principios e idearios cristianos con los que comulgo honestamente, y creo en la necesidad de transmitirle a los alumnos y alumnas otros contenidos, procedimientos, actitudes más cercanos al alma y a la conciencia y a la moral de lo que sé que se les transmite en la enseñanza pública.
También he de recordar, ya lo he hecho, que me hace falta trabajo, así lo anterior no parecerá una demagogia estúpida. De verdad que así lo creo ( lo anterior, claro ): Por ejemplo, como casi todo el mundo, he trabajado de vendedor, y en un mes gané más de 250.000 pesetas pero no era lo que estaba acorde con mis inquietudes y lo dejé, hay gente que me ha criticado por ello, pero yo sé que así estaba siguiendo un camino que sí era el mío y que prima la entrega sincera sobre la rapiña. Considero un triunfo cuando un alunmo me dice que ha hecho algo parecido.
La verdad es que no sé si le habrá sido esto de alguna utilidad, espero que, al menos, no le haya sido fastidioso, es que, entre tantas otras cosas que me parecen que están deshumanizadas se cuentan los currículos e intentaba presentarme de una forma un poco más cálida. Bueno, supongo que ya ha tenido suficiente. Espero no haberle aburrido mucho, y gracias.
Cordialmente:

Mario.

El tiempo.

Recuerdo cuando, para ilustrar lo que era un silogismo, nos enseñaban en la escuela aquello de "todos los hombres son mortales, yo soy un hombre, luego yo soy mortal... " ¿Te acuerdas?
Cuántas impaciencias y errores. No quiero volver a caer en esa frase absurda que repetimos tan a menudo; ese "si lo hubiera sabido" que pronunciamos sin reparar en que encierra toda la verdad de la vida humana: No saber nunca.
La juventud es la plenitud de la vida, pues ignoramos la ignorancia misma, y el tiempo y nuestros caminos son magnitudes tan implanteadas como el trabajo o el matrimonio.
Cuando opté, todo lo libremente que se puede optar, decidí ser alguien especial, lo que me colocó, hoy lo sé, entre los normales. Pero quise, hice un acto de voluntad y empecé a correr contra el cronómetro de mi destino. A nadie se le ocurrió antes, ni se le ocurriría ahora, poner en duda tal comportamiento, pues sigue siendo normal. Cuántas impaciencias y errores. Cuántas quejas legítimas y desacreditadas. Aquellas quejas fueron estúpidas, pues ya no son ciertas; las que hoy podría formular se me quedan en el silencio por precaución, pero no puedo tragar toda esta angustia que me ahoga.
Tan absurdo era imaginarme hoy aquí, como absurdo me parecía, en mi primera juventud, por llamarlo de algún modo, la existencia de una vida eterna. Acabó tu vida hace muchos años ya, amigo Mario, ¿te acuerdas?, pero hoy aquí, en esta roca sobre el mar, sé que me oyes como sé que todo es posible e idiota.
Tú sabes, porque me prestabas tu hombro a menudo, cuántas veces increpé a Dios o al destino, a ese tiempo goteante que no supe ver en su momento; pero nadie puede culparme por ello.
Todos vosotros, mis amigos, ibais cumpliendo, con más o menos precisión, vuestros sueños. Cuando la mayoría fuisteis abuelos (qué preciosa tu nieta. Tú sabes cuánto la amé) compré yo mi primera casa, porque por fin había encontrado un trabajo. Todos me decíais que me conservaba estupendamente, que no me quejase, que vivía estupendamente...
Hoy como entonces, Mario, me ahoga la angustia, tú lo sabes, ¿verdad? Antes por pura ignorancia, ahora porque ya no sé nada.
Estoy aquí arriba, sobre el mar, mirando al sol que vuelve a crear una belleza efímera y eterna. El alma se me llena de cielo y de mundo, pero tengo miedo y pena. Hoy cumplo mil trescientos cincuenta años, Mario, y no sé si lo he visto todo o si no he visto nada. Quizá debería crear un silogismo nuevo que concluyera que soy joven, que ahora empiezo a vivir... pocos lo comprenderían, pero el tiempo no me ha regalado nada y sigue, aún hoy, jugando conmigo.