Saturday, February 15, 2014

El club del Evangelio. Homilías seglares. Por Rafa Alé J. Este libro, como comenzaba Cortázar, no es un libro. Es menos de medio libro. Lo demás es de Alfonso Francia SDB, de los animadores siglo XXI y del Espíritu. Perfectos. Ahí es nada. Como quien no quiere la cosa. Había grandes temas en los que Jesús no se paraba. Temas sobre los que pasaba como quien no quiere la cosa. Ahí es nada. Perfectos. Es de suponer que nos puso al Padre como meta de perfección, porque si se pone él igual nos da la risa. Pensemos, pensemos sobre esta irreverencia: Entre millones de judíos, escogió a doce que no eran nadie. De esos doce, el líder lo niega tres veces, Judas lo vende y los demás, menos Juan, el más joven (ojo con los jóvenes, que tienen mucho que decir y decimos que sólo hacen ruido) desaparecen en el peor momento. Juan y su madre, la de Jesús, claro. Si no llega a bajar el espíritu ya me diréis, ya. Pues eso, escoge mal, él mismo es un marginado, un inaceptado por los grandes. No busca trabajo, jamás se preocupa por el futuro propio y nunca, nunca entra en razón. Me imagino que si hubiésemos vivido en su época (y no nos escandalicemos, así somos y así nos ama) hubiéramos visto su quehacer como un despropósito y a él como a un loco fracasado. Ahí está la cruz como prueba si no. Menos mal que dejó la fe y el Espíritu y su Paz, porque de haber sido testigos de su vida en su tiempo, cualquiera sabe qué hubiera sido de mucho de nosotros, ¿o no? La resurrección ya fue menos de masas, más anuncio que otra cosa. Ahí sí que estuvo fino el Padre. Pues eso, una calamidad. Permítete la irreverencia y analízalo con los valores que tenemos hoy. Aquello fue poco rentable, efímero, acabó muy mal (¿Te has fijado que en todos sitios tenemos crucificados pero no resucitados? Es con lo que nos hemos quedado. El pobre Jesús qué éxito más chico para un milagro tan absolutamente esperanzador y grande) y lleva más de dos mil años funcionando sin que hayamos construido aún el Reino. A ver el balance. Se supone que lo sabía. Es más, se supone que eran los planes, y, aún así vino. El Padre perfecto lo envió y nosotros decimos que queremos ser como él. No todo está perdido. Ellos sabrán. Ellos saben, que estos de la Trinidad son como nadie. A poco que nos fiemos de ellos, el mundo, como balsa de aceite. Nos lo prometieron y así será. Sin absolutamente la menor duda. Nuestro destino, el de este planeta nuestro, el tuyo y el mío, el de los terroristas y el de los misioneros... es la perfección. Ahí es nada. ¿Receta para la perfección?: “Yo soy el camino”. Lo dejó bien claro. Jesucristo vino para que fuéramos como él, porque estamos llamados a ser como el Padre. Perfecto. Como Jesucristo, esto es, que si no somos inaceptados por este mundo, al menos, sí podríamos prestarle un poco de atención a lo inaceptado. A los inaceptados por nosotros. Cuidao. No trata esto de ser una exaltación de lo marginal. No porque una mayoría diga algo ese algo se convierte en una verdad, pero tampoco lo marginal, por marginal y por afán de modernidad tiene certificado de garantía. Pero podemos estar sobre aviso. A él se le rechazó radicalmente. Por principio. Los que tenían claro que se equivocaba lo tenían clarísimo. Para Jesús eran unos sorderas. Él lo decía: “Quien tenga oídos que oiga”. No nos dejó ninguna parábola del buen desorejado ni nada parecido. Pero ahí está. El mundo clama. “La era está pariendo un corazón”. Nuestros hermanos, esos a quien llamamos “la gente”, que viven dentro o fuera del redil, nos hablan, y nosotros, si hemos de ser perfectos, no podemos ser cristianos sin orejas. Es contradictorio, ¿o no? Para que fuéramos como él, hermanos y hermanas, vino. Es decir, para que fuéramos pastores. Y nosotros llevamos un par de milenios largos siendo tratados como ovejas, educando ovejas, catequizando ovejas. Siendo ovejas. Él la vid y nosotros los sarmientos, no las uvas. No sé si me explico. Tenemos que poner oídos para el Evangelio. Ser Cristo es perdonar, aceptar, oír al menos. Que algo nos parezca mal y lo perdonemos no significa que lo demos por bueno. Significa que amamos a nuestro hermano, a nuestra hermana, por encima de su pecado. A la adúltera no la felicitó, no le dijo eso de “haces bien, cariño, tú a lo tuyo y no le eches cuenta a nadie. Mientras vivas sano y te diviertas...” No condenar es muy distinto a justificar. Jesucristo amó a todos. Al fariseo, al romano, a la adúltera, al que lo vendió y a los que lo mataron... (al guey y a la lesbiana... de eso no sabemos pero lo podemos imaginar). A nadie le dijo que sí, que siguiera en lo suyo, que un poco más apretada la corona, que dolía poco... Pero no dejó a nadie fuera. Ni a esos de la corona y los clavos. Precisamente a esos, a los más necesitados de médico, los llevó más adentro que a ninguno. ¿O no? No creo que sea posible que estos de la Trinidad puedan querernos a unos más que a otros... Quien tenga oídos oiga. Ya es hora de que vayamos acostumbrándonos a ser corresponsables del plan de salvación, porque es un plan de salvación no de condena. Ya es hora de que los parroquianos mantengamos las parroquias. Es tarea de todos. Que no somos ovejas, que somos los pastores, todos, y hasta que no nos convenzamos de eso, nadie soltará la cartera. Que los pastores compran el alimento para las ovejas, pero las ovejas no se ven en la obligación de nada. De balar si acaso. Por eso somos ambibalantes (Les Luthiers lo dicen) Lo que se necesita es lo que no se tiene. Es de cajón. A los fariseos, esa salvación que también era para ellos les sabía extraña, ajena. Los cristianos tenemos en el Evangelio muchas cosas que todavía no vemos como de nuestro mundo. No caigamos en lo que los fariseos cayeron. Si algo nos provoca rechazo, si alguien nos parece que está fuera, ¡ojo! ahí hay trabajo por hacer. No todo lo rechazado, por rechazado, se convierte en aceptable, pero todo lo rechazado es aprovechable por Dios, forma parte de la noticia. A la luz de Cristo este mundo se ve de manera nueva y maravillosa. La Iglesia de Roma debería patentar unas gafas que nos hicieran ver como Cristo veía. Sería la pera. Enciende tú la lámpara y ponle fe, mucha fe. Verás como todo se cumple. Sin la menor duda. Si hemos de ser perfectos, qué problema puede haber. Ahí es nada. Eres el perfecto hijo, la perfecta hija de un Dios Padre, de un Dios Madre perfecto, ¿qué más podemos querer, eh? 1. JESÚS SANA A UN PARALÍTICO DE SU PECADO Y DE SU ENFERMEDAD Mt 9,1; LC 5,17 [1].Tiempo después, Jesús volvió a Cafarnaún. Apenas corrió la noticia de que estaba en casa, [2].se reunió tanta gente que no quedaba sitio ni siquiera a la puerta. [3].Y mientras Jesús les anunciaba la Palabra, cuatro hombres le trajeron un paralítico que llevaban tendido en una camilla. [4].Como no podían acercarlo a Jesús a causa de la multitud, levantaron el techo donde él estaba y por el boquete bajaron al enfermo en su camilla. [5].Al ver la fe de aquella gente, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, se te perdonan tus pecados.» [6].Estaban allí sentados algunos maestros de la Ley, y pensaron en su interior: [7].«¿Cómo puede decir eso? Realmente se burla de Dios. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?» [8].Pero Jesús supo en su espíritu lo que ellos estaban pensando, y les dijo: «¿Por qué piensan así? [9].¿Qué es más fácil decir a este paralítico: Se te perdonan tus pecados, o decir: Levántate, toma tu camilla y anda? [10].Pues ahora ustedes sabrán que el Hijo del Hombre tiene en la tierra poder para perdonar pecados.» [11].Y dijo al paralítico: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.» El hombre se levantó, y ante los ojos de toda la gente, cargó con su camilla y se fue. [12].La gente quedó asombrada, y todos glorificaban a Dios diciendo: «Nunca hemos visto nada parecido.» Fíjate, se había corrido la voz, nos cuentan. Y se reunió tanta gente que no se cabía. Estaban sedientos de Jesús. Qué alegría. Como seguimos sedientos aún sedientos de él. Bajo su nombre, se convocan multitudes de millones de personas en el mundo. El Pueblo de Dios, nos decimos. Ese pueblo, en el texto, no se comporta como comunidad. Porque ser multitud es algo distinto. Jesús convocaba y convoca enormemente, pero ni se acaban de enterar ni acabamos de enterarnos. El Evangelio lo dice: “Corrió la voz.” ¿Cuánto trabajo pendiente nos queda a los cristianos en esto, verdad? Deberíamos ir por la calle a gritos y saltando de alegría, y, sin embargo, a Dios, qué callado nos lo tenemos. Nos andamos con ojo para pronunciarte, Señor, no sea que en casa se rebelen, en los colegios nos acusen o en el trabajo se rían. Y mira que nos lo dejaste claro: que fuéramos por el mundo anunciando el amor. No nos callemos. ¡Hombres, mujeres, niños! ¡No nos callemos! A boca llena: ¡Judíos, Israel, palestinos, papá, mamá, nene, oye tú; que Jesús está aquí en esta casa predicando una noticia nueva y que el mundo nuevo es posible! ¡Échate en tu camilla si quieres, que nosotros te llevamos! De acuerdo. No es fácil de aplicar. Orejas para oír y capacidad para aprender doctrina sí nos sobran. Se nos llena la boca incluso hablando de todo eso de ayudar a los necesitados y ponemos los ojillos en blanco cuando oímos el “amaos los unos a los otros”. Y después tropezamos en la primera piedra que aparezca en el camino, porque lo tenemos aprendido, tú, pero no vivido. Repasemos: Llegan cuatro con un paralítico en una camilla. Vaya esfuerzo que habrían hecho para llevarlo hasta allí. Esos cuatro no habían escuchado al maestro y ya estaban poniendo en práctica el mensaje, que Jesús no vino a pedir imposibles. Y además tenían una confianza ciega. Vaya fe. Aunque igual se les tambaleó esa fe cuando llegaron donde estábamos los que seguimos a Jesús, incluidos los discípulos, claro. No es que no le echasen una mano, es que ni siquiera los dejaban pasar. Imaginemos la escena: Cuatro entregados camilleros con un ser querido sostenido a pulso, agarrados a la esperanza última de un profeta loco que andaba por ahí diciendo cosas nuevas y haciendo milagros. Y nos salta la paradoja. Los que estaban oyendo ese mensaje nuevo de amor, que deberían haber saltado de sus sitios para ayudarlos a llegar a Jesús, o haber llamado al maestro, o haber abierto paso (intenta llegar a la imagen santa de alguna romería multitudinaria, verás lo que digo) o, al menos, haber dicho - esperad hermanos, que os hacemos sitio. Pero no. Se convierten en un muro infranqueable. Bueno, ya lo dice el Evangelio: Allí había un gentío. Y gentío no es familia, no es comunidad, no es Iglesia. ¿Somos acaso un gentío que mira a Jesús, con amor y respeto, pero que no abre los ojos y no ve las camillas que se acercan? Lo mínimo exigible sería no estorbar a quienes quieren acercarse. Los de la Iglesia, todos nosotros, deberíamos colocarnos par oír a Jesús mirando hacia fuera, con él en el centro, por si alguien viene. Por si alguien lo necesita. Aún así, a los cuatro camilleros no les importó. La fe mueve montañas, así que mucho más fácilmente puede mover tejados y allí tenía aquel impedido, póngase en duda acaso, a algunos que lo amaban. Hasta sin oír a Jesús lo tenemos dentro cuando actuamos por amor. Allá llegó aquel paralítico bajando de los cielos, asustado, seguro, (quiyo quiyo cuidao cuidao) descolgándose desde arriba hasta caer frente al Maestro, que, para qué negarlo, sale, como casi siempre, por peteneras. Vamos a pedirle pan y nos da una receta de cocina. Es lo que hace casi siempre. Bueno, pues eso, Jesús va y le perdona los pecados, ea, ¿a andar de nuevo? Menos mal que estaban por allí los siempre presentes fariseos y escribas para poner las cosas en su sitio: ¡Infamia, blasfemo! ¡Quién se ha creído este que es! Tampoco se le ocurre a ninguno acercarse al de la camilla (el único que no dice nada) a ver cómo se encuentra, qué tal está, a recomendarle, al menos, a su propio médico. Qué va, qué va. Indignación suma. Hubiera estado bien que alguno de esos doctores de la ley dejase una explicación convincente de a ver por qué era tan grave aquello de perdonar. Cuántos escandalizados en nuestra Iglesia por cosas que ¡cómo va a ser eso! Sin mirar si va a ser cosa de Dios y del corazón de sus hijos... Pues lo que decíamos, que eso, que menos mal que estaban allí los fariseos doctores y catedráticos de la ley, porque el impedido, lo que era enterarse, no se había enterado de nada y los del techo seguro que se miraban unos a otros: Bueno, qué, ¿anda o no anda? Afortunadísimamente, Jesús tuvo que explicarse para darles en cara a los fariseos y dijo aquello de Levántate y anda. Menos mal, diría el pobre hombre, que cogió y se fue, nos cuentan. Jesús empezó por el perdón de los pecados, claro hombre. Si lo que hay que hacer es solucionar los problemas fundamentales y luego catequizar todo lo que se quiera – dirían hoy muchos- pero Jesús, que no, que dale que te pego con la doctrina, con Dios, con las relaciones con el padre, tan insensible a los problemas de la gente él, ¿no? Menos mal que estamos aquí los de la Iglesia, menos mal que estaban allí los fariseos, dedicados todos a lo sacro, a catequizar en vez de ayudar, comprender, educar, promocionar... No estaría mal que los cristianos empezáramos así. Jesús empezó reconciliando y acabó curando. ¿Y cómo se quedarían los que llevaron al paralítico? ¿Aprenderían la lección o se quedarían también allí haciendo gentío e impidiendo el paso? ¿Y el curado? ¿Dónde iría y qué haría? El Evangelio dice que salió afuera y que el gentío, cada cual, alabó a Dios por la sorpresa, por el truco, por el chatatachán. Nada cuenta de si se le acercaron, de la reacción del enfermo... Lo había curado, sí, pero ¿de qué? Con el tiempo se nos olvida la camilla que nos llevaba a cuestas. ¿Cuánto trabajo se pierde de quienes ayudan a otros a salir de su camilla de la droga, la marginación, la pobreza? ¿Y los discípulos? ¿Seguimos dificultando la llegada a Cristo? Y es que hay que ver lo obligamos a hacer a algunos para encontrarlo. Zaqueo tiene que subirse al árbol, el ciego de Jericó tiene que desgañitarse gritando mientras que los que acompañan al maestro le ordenan silencio (¿Por qué?) como hacemos en la iglesia: - Niño, calla, no te rías, no sonrías, es la casa del Padre y estamos rezando... La hemorroisa (una mujer que no dejaba de sangrar) ha de abrirse paso entre la multitud, los camilleros han de subirse al tejado... (¿Cuántas ambulancias han de dar un rodeo o esperarse en Semana Santa porque estamos viendo al Señor y a su Madre?) ¿Y Jesús sigue fiándose de sus discípulos mientras seguimos encerrados en templos, sacristías, salones parroquiales, movimientos y grupos mientras los demás han de hacer esfuerzos sobrehumanos para acercarse? ¿Y quien valora la creatividad y la valentía de los que se acercan? Jesús supo romper el protocolo y el cordón policial de los suyos ante el ciego, ante Zaqueo, ante ante los camilleros... Con la jocosidad que aparece hoy en los telediarios que algún mandatario se salta el dicho protocolo y tiene la generosidad enorme de darle la mano a uno de sus súbditos y comparte unas risas con sus evangelistas de la prensa... Por Dios. Jesús juzgó ni a los que se atrevían a acercarse ni a los que estorbaban. Al menos los Evangelios no nos cuentan nada al respecto. ¿Qué pensaría? Al menos sí sería de esperar que los que buscan a los alejados y a los marginados no pasen a ser alejados y marginados por los de la iglesia (ni los de la iglesia de arriba ni los de la iglesia de abajo.) “Se marginan” llega a oírse alguna vez. ¿Seguro? Es cierto que no tenemos nada de lo que pensaba él de eso, pero cae por su propio peso, ¿o no cae? Pues eso hermanos: dámelo, pásalo, siéntese usted aquí mas cerca, nenes a misa a ser felices que Dios vino para nosotros. Venid, venid a mí los cansados y los afligidos, que mi gente está ahí para ayudaros. Por Dios.