El campo se tendía llano y cálido, casi dormido, hasta donde alcazaba la vista, salpicado de encinas y matojos que empezaban ya a jugar con las sombras. El cesto de higos chumbos estaba ya casi lleno. Las manos del viejo se movían, arrugadas y lentas, seguras, por entre las púas de las chumberas con una navaja pequeña y gastada que su abuelo recibió de algún otro abuelo. Ahora era suya y se la daría a su nieto muy pronto. Los hijos siempre quedan cogidos en el tiempo. Uno es demasiado joven para darles lo que ama, y, cuando se olvida amar lo poseído, los hijos son, ya, demasiado viejos. Menos mal que casi siempre hay algún abuelo.
Sonido de caballos. El viejo se dio la vuelta y vio dos jinetes de corto con garrocha.
- Buenas tardes nos de Dios. ¿ Gustan ustedes un higuito ?
- Viejo, ¿ Qué haces aquí ?
- Aquí estamos, cogiendo unos higuitos para la familia. Pa entretenernos.
¿ Ustedes gustan ?
- ¿ No sabes, viejo, que esto es coto privao y que aquí no se puede entrar ?
- Sí, pero na más que estoy cogiendo unos higuitos, ya me voy...
- Quieto, viejo, que te llevamos.
- No hace falta, señores, me voy dando un paseíto.
- Sube.
A caballo el campo se ve de otra manera. Uno ya no es de la tierra. El campo es suyo. Todo trota, lentamente de arriba a abajo y es uno capaz de ser veloz como los animales y como la naturaleza. Y lento como el sol. A caballo el hombre es más hombre porque es más animal su cuerpo, pero bueno, el caballo no era suyo.
Los jinetes vieron a un novillo y empezaron a correrlo. El viejo, detras de uno de los caballos, callaba. Eso sí que era correr. Animal contra animal abajo y el hombre arriba, haciéndolo, quieto, todo. Tirado el novillo y enlazado, uno de los jinetes, ya a pie, le torció el cuello hacia el suelo. El animal, con los ojos desencajados, se dejaba hacer, mientras no le pusieran otro de aquellos hierros calientes...
- ¡Trae ya al viejo!
El viejo se vio de nuevo en tierra, y, al momento, sentado en el cuello del novillo y cogido a un cuerno.
- Ahí te quedas, viejo, para que aprendas a coger higos en sitios menos peligrosos que este, y ten cuidado, que ya sabes que cuando te levantes, si no se le antoja antes, se levanta el bicho.
Eso no era lo que él entendía por estar el hombre arriba y el animal abajo, no señor.
Justo al lado, el canasto de higos y la navajita clavada en uno. Quién pudiera comerse uno, con lo seca que tenía la boca. Los segundos se hacían muy largos. Debajo sentía el movimiento del animal al respirar, todo negro y ojos.
Bueno, algo habría que hacer. Su mano libre fue, con la firmeza del que conoce, al canasto y salió de él la navaja con la hoja húmeda del agua de la fruta. Con decisión y pena, pero sin remedio, el viejo hundío la navaja detrás de la mazorca del animal y sintió debajo de sí una sacudida seca y el fugaz comienzo de un mujido de imcomprensión.
¿ Qué otra cosa podía hacer ?
En su casa no estaban tranquilos y desde la puerta lo vieron venir entre la tarde y el silencio, todo lentitud y tristeza.
- ¿ Qué te pasa abuelo ?
- Na hijo, que he perdío tu navajita.
Aquello no era lo que el niño esperaba oir, pero bueno, era su abuelo.
- No importa, abuelo, tú me haces otra.
Los dos jinetes venían de la taberna del pueblo, allí se habían enterado de que Manué el conoceó había ido ese día a coger higos.
- ¿ Manué el conoceó ?
Sí, había sido capataz del cortijo desde antes de que ellos nacieran y hasta poco antes de que ellos llegaran. Lo dejó por la edad, y fue muy amigo del padre del señorito.
Los jinetes no tuvieron más que mirarse para saber que tenían que coger el caballo e ir a donde habían dejado a quien acababan, ahora, de conocer.
En el bar, tras un momento de pensar en imaginar algo extraño, todo siguió como antes, vasos, voces, ruído de dominó y el humo pasado entre ojos entornados.
La calle, con la blancura eterna de la cal y la ropa tendida, seguía dejándose llenar de sombras, y ya salía la gente a la puerta a tomar el fresco.
Llegaron los jinetes y vieron al novillo, aún más negro, tendido y quieto, y , en su cuello, clavada arriba, una navaja.
- Sí que es conoceó el viejo.
Y con el aire agrio de quien descubre la propia estupidez, se alejaron del animal muerto y de la navaja que, muerta ahora también, acababa allí su camino de ir de mano en mano.
Aquella noche el viejo Manué, mientras comenzaba a hacer otra, cerca su nieto, le hizo ver al niño que también él sería padre y abuelo y que, aquella navaja, nueva ahora y tan vieja como el campo, se la quedara siempre, y que le diera otra a su hijo y otra a su nieto para que cogieran higos frescos y para que pudieran convertir, ojalá no, algún día, a un toro, en la culpa estúpida de otros hombres...
- ¿ Hijo, sabes lo que es un toro ?
Saturday, November 25, 2006
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