Friday, March 02, 2007

MAMÁ CARTA

El pueblo estaba demasiado lejos, si es que a aquellas tres casuchas se les podía llamar pueblo. Además, si fuera algo importante, mira, pero seguro que son cartas de queridísima, queridísimo, besos y demás. Una casi todas las semanas; también son ganas de escribir.
Cuando joven, él también había escrito esas cartas y sabía lo que decían, así que se las llevaría todas juntas al final, mejor, tendría más besitos. Pero... anda que si se enfada ella por no dárselas una a una... Claro que se enfada, pero con este calor... ya vería. Esa era su frase.
Ya vería.
Mientras, en la sombra de la entrada y con el ventilador enfrente, no se estaba tan mal. Sus botas, en alto y apoyadas en algo, como en las películas, tenían el polvo de cuarenta y dos años repartiendo cartas.
El los había visto hacerse novios y los había visto alguna que otra vez en alguna que otra calle besándose y haciendo alguna que otra cosita más. Eran jóvenes, ya verían.

- ¿Te has fijado lo blanca que anda la niña? Ni que el novio se hubiera ido a la guerra en vez de a buscar trabajo. No hay quien los entienda.
- Es que hace tres meses que no le escribe, Pedro, y ella creerá ya que no la quiere.
- ¡Qué niña ésta! ¿No sabe lo lento que es el correo? Además, bastante ocupado estará como para llevarse escribiendo todo el día.
- No soy niña, padre, ya tengo casi veintisiete años, y debería escribirme, si.
- ¡No me hables en ese tono!
- No padre.
- Vete y déjame hablar con tu madre.
- Sí padre.
- ¿Te has fijado lo que está engordando? Casi no se le ven los ojos.
- ¿En qué quieres que me fije: está muy blanca o está engordando?
- Las dos cosas.
- ¡Sigue así! Lo que le hace falta a la niña eres tú y tus tonterías. Me voy, que ya es tarde. Dile a la niña que me cepille el caballo, esta tarde voy al pueblo.
- ¿Te llegarás a correos?
- Por no escucharos. Hasta luego. Adiós niña!!
- Adiós padre!!

Siempre salía de su casa con la intención de no hacerlo, no había que tentar tanto a la suerte, pero verla y mirar era como un arañazo en el centro mismo del centro del estómago. Y el árbol, la noche, el olor, su olor, el aire y los besos... Era como dejar que el alma diera gritos y gritos hasta dormirse.

Otra carta. Había llegado otra carta. Iba a tener que decidirse a llevarlas, porque aunque fueran de besos, tampoco un beso es tan poca cosa como para no echarle cuenta. ¡Ay! y me dijo mi mujer que me pasara por la tienda y le llevara no sé qué. Bueno, iré a la tienda antes de que cierren y luego llevaré las cartas. Debería haber comprado aquel percherón que le ofreció el jefe. Mañana iría a verlo a ver si se lo vende.
El padre pasaba en ese momento por la puerta de correos: Señor Pedro! Señor!
Tenía el cartero poca voz ya. Se fue. También es mala pata. Y la hora que es. Bueno, iré a la tienda. Mañana cuando compre el percherón llevaré las cartas.
El cartero caminaba despacio.

Querida y amor mío:
Hace ya siete meses que te escribo todas las semanas y todavía no me has contestado nunca. ¿Estás enfadada conmigo por... eso?
Ya me va bien en el trabajo y me he mudado a una casa casa y no vivo ya en el buhío ese que te conté. Ya tengo algo ahorrado y puedes venirte para acá cuando nos casemos. Aquí en este trabajo dan vacaciones y valoran, eso dicen, el que yo sepa manejar estos motores. ¿Te acuerdas que cuando los hacíamos pensábamos que sólo eran juguetes? Estoy estudiando también. Dicen que cuando acabe esto que ellos llaman ingeniería voy a ganar mucho dinero, y eso que no es nada más que poner nombres raros y dar muchas razones a las cosas que son porque sí.
¿Cómo te va... eso? Escríbeme, aunque ya pronto iré y nos casaremos. Muchos besos, y recuerdos a tus padres. Hasta pronto, tu


¿Te has fijado que ya hace siete meses que el novio de la niña se fue y que todavía no le ha escrito? La niña se lleva todo el día llorando. ¿Y te has fijado lo blanquísima y lo gorda y lo rara que está? Si sigue así vamos a tener que llamar al doctor.
- Al doctor ni al doctor. ¿Qué falta le hace el doctor a alguien que engorda? Eso es bueno: que engorde.
- ¿Y el novio?
- He oido que el cartero estaba muy mal desde que se cayó del caballo. Iré a verle, pobre hombre, y le preguntaré al nuevo por si hay carta.
¿Y niña?
- Fuera. Seguro que está llorando.
- Llorando. Como si no hubiera otra cosa que hacer.
- ¿Por qué no eres más cariñoso con ella? ¿Te has fijado que no le das un beso desde que cumplió los diecisiete años?
- Soy su padre.
- Por eso.
- Pues por eso.

Ella estaba fuera, bajo el árbol. Ella era unos grandes ojos casi sin color y escondidos y estaba inflada, enorme y blanca. Muy blanca y muy enorme. Tenía en la mano uno de esos juguetes que volaban que él sabía hacer. Era el último que hizo antes de irse. Y aún no le había escrito. Hay que ver. Le había dicho que la quería, pero... ¿sería sólo para... eso? Ahora empezaba a creer que sí, pero es que tenía miedo, mucho miedo. Hacía siete meses que estaba embarazada y no se le notaba todavía la barriga. Mejor, claro, así su padre no se daría cuenta. Pero era algo tan raro. Siete meses y sin barriga, y siete meses sin carta. Miraba cómo el juguete daba vueltas en el cielo, alargaba la mano y volvía a hacerlo volar. Ojalá escribiese. O que viniera por lo menos. Bueno, no, porque si viene es que no tiene trabajo y entonces no nos casamos, y entonces cuando tenga el niño, verás mi padre. Además, estaba muy fea, pero si viniese por lo menos... No, que llegue carta mejor.

En casa del cartero todo el mundo estaba muy triste. Ya se sabe que hay que morir, pero quién cree que vaya a morirse, y menos, que se vaya a morir su marido. Dos meses hacía que se cayó del caballo. Iba a llevar unas cartas a no sé dónde. Quién le mandaba a él comprarse un caballo. Hace dos meses que no hace nada, sólo mira. No coge polvo siquiera. Ni agua ni aire. Quién le mandaba a él llevar cartas a ningún sitio. Hola señor Pedro. Pues ya ve, ningún médico a sabido decir nada. Muchas gracias. Sí, rezar, sólo rezar, gracias. No, el nuevo cartero no ha llegado; se lo diré. Adiós, adiós.

Las vacaciones: era un buen invento ése. Tenía dinero, mucho dinero, y cada mes le daban lo mismo otra vez. Siempre lo tenía seguro. Era ya un ingeniero y vestía como le habían dicho que era más elegante. Todo el mundo se admiraba de que fuera ingeniero en nueve meses, pero él no lo comprendía, sólo había aprendido lo que ya sabía, sólo que ahora sabía explicar y usar esas cosas que había sabido hacer siempre. Nada más.
Subió al coche y salió para el pueblo. Su novia y su hijo. Se casarían y volverían a la ciudad. Tenía un mes entero. Buen invento las vacaciones, sí señor. Alguna que otra duda tuvo: siete meses escribiendo sin contestación alguna. Pero es igual; eran probables mil combinaciones de probabilidades de error. Iba a verla pronto. Horas ya solamente.

- ¿Y niña?
- No sé.
- Mujer,¿ te has fijado cuánta luz hay hoy?
- ¿Y niña? ¿Dónde estará ahora que lo dices?
- Ya aparecerá.
- ¿Qué es aquello que viene por allí con tanto polvo? Viene alguien dentro. Él. Llámala. Llama a niña que es su novio.
- Niña!! Niña!!
No contesta, Pedro, ¿estará mal? Estaba tan gorda y tan blanca. Vamos a llamar al doctor.
- Qué doctor ni doctor! Vamos a recibir al yerno y ahora la buscamos.
- ¡Hola señor Pedro!
¡Madre! ¡Cuánto tiempo! ¿Por qué no contestaron las cartas?
- ¿Las escribiste?
- ¿Y niña?

No tenía barriga, pero sabía que iba a dar a luz. Era seguro. Y no era dolor. Simplemente era que la luz le arañaba los pulmones, que bebían olor a nubes con el aire. Estaba tendida bajo el árbol respirando muy fuerte y con los brazos abiertos.
Gritó.
Era el mejor grito que había dado nunca.
Se escuchó en todo el cielo.
El cartero parpadeó y se tocó el bolsillo.
Novio y padres la pudieron encontrar.
- Mira, Pedro, fíjate, ya no está gorda, no está gorda.
Él contuvo, por respeto, su abrazo, y sólo le cogió las manos.
- Niña, ¿por qué has gritado así?¿por qué no has contes...Oye -susurró- ¿y eso? ya debería estar muy gordo.
- No sé.
Y se sentó bajo el árbol como quien lleva siglos viviendo.

En la cama, sobre el cartero de botas polvorientas que silvaba una nana, encontraron a un recién nacido limpio y blanco que mamó unas cartas como primer aliento de vida.

1 comment:

Carmen Lezard said...

fantástico, una gran historia ;)