Sus pasos por aquel pasillo eternizado y frío sellaban mi silencio.
Máximo respeto a aquellas manos que perseguían el viento acompasadas con la ilusión de ser parte de sus palabras. Plumas esas manos que dicen más que cien palabras, torre de babel sus dedos, capaces de reunir de un solo movimiento la raíz y la hoja de los sentimientos. Su voz, música de las tardes de lunes, organizaba ejércitos de hormonas.
La sencillez de intentar comprender, la humildad de reconocerse en los errores de otros y convertirlos en virtudes con una sola mirada de comprensión...
Guardo aquellas risas en una cajón de mi alma (fueron parte, quizás, de la mujer que nace ahora... guardo los recuerdos de las tres y media, biblia bajo el brazo y lectura pausada.
De los paisajes que imaginé escuchando sus susurros y de como lo vi a Él en muchas de sus palmadas en la espalda.
A nadie le importó jamás su inquietud, la forma en que sólo él se despistaba de las marcas del camino para fumar a medias un cigarro con su Padre, para reírse a solas de canciones, de los que intentan trepar para llegar al cielo en lugar de disfrutar de la lenta subida...
Aplaudo el rugir de la mañana, la juventud que nunca estará encarcelada, aplaudo el ánimo en días de tormenta, la calma, los sueños, la paciencia, aplaudo al poeta, al escritor, a aquel que intentan pintar de “donnadie”, al que dice más cuando calla... aplaudo al maestro de mis penas alocadas... al capitán del barco que navega en poesía.
Friday, January 11, 2008
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