Ayer entró en vigor la nueva ley del aborto. Me imagino que será imposible contar las palabras que sobre el tema se hayan dicho ya. Es uno de esos temas que tienen la propiedad química de encender el desacuerdo. Y lo es porque quienes lo defienden o lo rechazan lo hacen desde puntos de vista inasumibles para el contrario. Quienes se basan en Dios, no tienen en cuenta que su parte oponente no trabaja con ese argumento como algo que pertenezca a la realidad. Quienes lo hacen desde el punto de vista de la mujer porque es la que da a luz, se olvida de que quien la oye si es padre, también debe tener algo que ver. Quienes hablan desde la sanidad, no son comprendidos por quienes no tienen la última palabra en este acto truculento.
El aspecto más mediático de esta nueva ley es la posibilidad de que las menores aborten sin informar a sus padres ni a sus madres, pero eso le ha ganado la partida al debate de fondo… pero como les decía que los debates de fondo son estériles pues los argumentos son inútiles, yo quiero hablar contra el aborto desde un punto de vista nuevo. Quiero hablarles contra el aborto desde el punto de vista de las pelis americanas de juicios. Son tan populares que aquí en España mucha gente cree que los jueces y las juezas llevan martillito de madera para pedir orden cuando lo que usan es una campana, pero en fin, han servido más que ninguna otra cosa para que tengamos una leve idea de lo que es un proceso judicial.
Pues bien, en alguna de esas películas, cuando el acusado se juega la vida o la condena a muerte, habrán visto que la defensa intenta recurrir a lo que los americanos llaman la duda razonable. En ese perfecto sistema legal que muestran las pelis, una duda sobre si el acusado es culpable o no, le salva la vida. Para ajusticiarlo, cosa que aquí en España no hacemos, hay que tener la certeza absoluta de que no merece vivir. Menos mal que aquí no lo hacemos, ¿o sí? Tengo mi duda razonable sobre ello, porque hemos hecho que los fetos sean reos de muerte sin derecho a la más mínima defensa. Y sin la absoluta certeza de que no sean vidas humanas inocentes.
Ese era el argumento. Cada quien, como jurado, debería admitir que es posible que al abortar estemos cometiendo un asesinato. La sola duda debería dejar en suspenso la ejecución de la sentencia. No es cuestión de machismo ni de religión, porque se matan por igual a niñas y a niños (en caso de que un médico hombre mate a un feto mujer ¿será violencia de género?) perdonen la ironía cruel, pero es que no entiendo que queramos salvaguardar la memoria de los muertos y acabemos con la vida de los vivos. Me ha cogido con el paso cambiao pero por mi parte, tengo la sensación de vivir en una sociedad que se ha contado un camelo para no reconocer que aquí sigue habiendo pena de muerte más allá de toda duda.
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