No hay silencio más estruendoso que el de un colegio vacío. Ya sé que quienes tengan a los niños ya en casa, aparte de quererlos muchísimo y demás, estarán lanzando improperios, una vez más, sobre la cantidad de vacaciones que tenemos los enseñantes. Pero pónganse en nuestro lugar, los toreamos de treinta y tantos en treinta y tantos. O cogemos fuerza o reventamos.
Lo que les decía, si tienen oportunidad, dense una vuelta por un colegio vacío, verán cómo sus clases cerradas, sus largos y oscuros pasillos, los patios desiertos, los recreos sin gritos y las porterías y canastas huérfanas de balones parecen estar hibernando bajo el sol.
Cuando llega el verano, parece que los sonidos se derriten en la ciudad y que Sevilla se apampla hasta que cae la noche y llega la fresquita. Con la fresquita volveremos a salir a la calle los que quedemos aquí y con la llegada de septiembre los colegios volverán a estar llenos.
¿Piensan ustedes que este agotamiento agotado de nuestra vida pública renacerá algún día? Es de sentido común pensar que sí, pero ¿cuál será la señal que nos haga volver a estar con ganas de jugar?
Nos hemos creado un ciclo largo que se llama elecciones. ¿Será ese nuestro septiembre o nuestra fresquita? Esperemos que sí, pero para ello queda aún un largo verano de muchos meses. Aunque en mayo elegiremos alcaldía de nuevo, poco hará en los pasillos y patios del Ayuntamiento ese niño o niña castigado que llega al patio antes que el resto.
En fin, esta columna de hoy está llena de sopor como está lleno de sopor lo que nos rodea en política. Nada nuevo de lo que hablar, ni un rayo de esperanza en el horizonte. Cada quien atravesando el desierto como puede a la espera de que en septiembre, con la fresquita, sea eso cuando sea, vuelvan a anunciarnos cursos de inglés y fascículos. Vuelva el alumnado al colegio y sigan, con renovados ánimos y un año mayores, haciendo lo mismo de siempre. Aunque eso sí, el silencio será menos aplastante y tarde o temprano, lo sabemos, se oirá alguna risa.
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