Todos los años por estas fechas suelo subir un ratito al cielo a charlar con la gente de allí. Esperan, sin confesarlo nunca, que les lleve las cosas típicas de la época. Después de los saludos y los parabienes, de los qué guapísima está tu mujer y cómo ha crecido tu hijo, todos los años comentamos cómo está la cosa por Sevilla. Tengo que deciros que allá arriba están loquitos con Sevilla. Bromean con eso de sacar las bandas de pasión antes del nacimiento, pero lo hacen por seguir la corriente. Esta vez le he preguntado a Jesús que qué piensa de eso de los crucifijos y me sorprendió su respuesta. Me dijo que no acaba de entender a los humanos, que hace más de dos mil años que bajó y que sigue naciendo y muriendo cada día y cada año para que consigamos estar de acuerdo y que no dejamos de buscar razones para enfrentarnos. Me dijo, y esto es lo que más me llama la atención, que a él, a sus padres y a su madre, les da igual que los crucifijos estén puestos o no. Que de hecho, resucitó para darnos el mensaje fundamental y que nos hemos quedado con su imagen más dolorida y sufriente. Llamaron a las demás divinidades que viven allá arriba y todas estuvieron de acuerdo en que lo suyo sería que, en una clase, cada cual pudiera poner un símbolo de su fe y que se contaran en qué creen y por qué. Que la idea siempre fue incluir a todo el mundo en la concordia de un planeta lleno de personas hermanas y no dejar fuera a todos para que la fe fuera una habitación con las paredes vacías. Se reía cuando bromeó con la idea de que le prohibiesen a la Coca Cola o a la Pepsi usar a Papá Noel para vender refrescos… Pero en la risa, yo le notaba una cierta tristeza, y si nos ponemos en su lugar no es difícil de entender. Lo que sabemos de él acá abajo es que se dejó la vida en proponernos caminos de entendimiento, que fue un contestatario que jamás le hizo daño a nadie ni obligó a nada, que predicó la igualdad, la injusticia del amor que perdona hasta lo imperdonable, que ni siquiera se rebeló contra quienes lo mataban… y seguimos usándolo para enfrentarnos entre los que podríamos vivir en absoluta tolerancia. Bajamos luego y nos dimos un paseo por Plaza Nueva, por Tetuán, por Sierpes… se le iban los ojos tras cada inmigrante, tras cada mendigo, tras la gente llena de compras… Antes de irse de nuevo, con su brazo sobre mi hombro, me aseguró que tarde o temprano veremos la verdad alumbrando las calles porque no hay ni unos ni otros; y nos daremos cuenta.
Thursday, December 10, 2009
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