Tuesday, December 29, 2009

Protagonistas Sevilla. Punto Radio. Martes 29.12.2009

Una de las dos posturas tiene que estar equivocada. Estos días hemos visto cómo una misma mujer intentaba, por segunda vez, abrazar al vicario de Cristo en la tierra. En esta segunda oportunidad, era placada un poco tarde por los servicios vaticanos de seguridad y se llevaba al Santo Padre al suelo. En la primera oportunidad, Benedicto XVI pasaba a su lado mirando con expresión extrañada y casi divertida mientras la neutralizaban. Se ha hablado de agujeros en la protección, pero el resultado ha sido que ella no consiguió lo que buscaba: un relativo éxito. Supongo que no volverá a ocurrir. Pero repito, y perdónenme que, una vez más, haya un tema que me aleja de nuestra patria sevillana; una de las dos posturas tiene que estar equivocada… ¿Se acuerdan del pasaje del ciego de Jericó? El evangelista nos cuenta que un ciego clamaba al borde del camino pidiéndole a Jesucristo que tuviera compasión. Los discípulos, como los guardaespaldas del Papa, intentaron que se callase y que se alejara, pero el propio Jesús, al oírlo, se acercó a él y le pregunto: “¿Qué quieres que haga por ti? Ya que la pregunta iba dirigida a un ciego, nos puede parecer un poco fuera de lugar, pero hasta ese punto respetaba Jesús y respeta Dios Padre las voluntades y los libres albedríos. El ciego obtuvo lo que buscaba y se fue a alabar a Dios. Seguro que la hija de Dios que ha sido placada no tiene nada que alabar. Doctores tiene la Iglesia y no soy quién para pretender saber más que ellos, pero mi razón, que es díscola e independiente me dice eso: que una de las dos posturas tiene que estar equivocada. Es cierto que no podemos pretender que cualquiera pueda acercarse al Papa cada vez que le venga en gana para lo que le venga en gana, faltaría más. Es cierto que en este mundo loco hay quien escoge la muerte y el atentado como defensa de las posturas más peregrinas (al mismo Jesús lo crucificaron, sin ir más lejos) y es cierto que las personalidades de este mundo deben ser protegidas del salvajismo. Pero no puedo acabar convenciéndome de lo contrario, y si intento imaginarme al Hijo de Dios en el lugar de nuestro Santo Padre, no se me viene a la mente otra posibilidad. Se me imagina, con la túnica que luego se rifarían los soldados romanos, sin báculo ni mitra, con la barba limpia, agachándose hacia la agresora, mirando con cariñosa censura y aprobación a los miembros de su escolta, levantándola del suelo y preguntándole eso de ¿qué quieres que haga por ti? Esa es mi idea, pero claro, tiene que estar equivocada.

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