Sevilla acude este año a FITUR con la renovada promesa de la oficina de congresos como oferta estrella y con la consecución del acuerdo con los italianos. Está bien y como parte del trabajo institucional ayudará a vertebrar la oferta reglada del turismo sevillano, pero, para el turista que vemos por la calle, para los ciudadanos de España y del mundo que vemos deambular por nuestros rincones mirando hacia arriba, ¿qué les vendería usted de nuestra ciudad?
Los clientes son variopintos. Van desde la famosa señora que parodió doña Cocleta con falda de flores y calcetines de punto asomando por las sandalias a los grupos de adinerados japoneses recorriendo Santa Cruz y Tetuán en comandos de compras. Van desde el solitario personaje que pasea oliendo la ciudad a las parejas de mochileros en bicicleta que disfrutan del carril bici antes que de la visión del río. Familias españolas que vienen a ponerle cara al mito de nuestra belleza y viajantes que descansan los pies en los coches de caballos. ¿Cómo podríamos venderle el paraíso de nuestro pueblo sin repetir uno solo de nuestros tópicos?
Para nosotros, que tenemos el escenario de esta tragicomedia que es Sevilla como decorado cotidiano, la Giralda o la Torre del Oro, el Patio de Banderas, la Catedral, el Patio de los naranjos, el metrocentro y el territorio sagrado de Triana; el Guadalquivir que llega a Sanlúcar como la voz de Patricia a los oídos… son muebles perennes de nuestra casa. Están ahí para nosotros sin que reparemos ya en ellos, como están los seres queridos, como están nuestras manos, nuestros pies o nuestra respiración.
¿Se imaginan cómo pregonarían Sevilla por el mundo? A mí, y esto no es ningún mérito, no se me ocurren palabras. A Sevilla y a su gente, en la reunión mundial de lugares de turismo, me los imagino perfectamente vestidos, con esa elegancia que roza el uniforme y lo barroco, a juego bolso, cinturón y zapatos conjuntadas la estética y la propia opinión frente al espejo. Me los imagino oyendo al resto de los países y ciudades del planeta y de España hablar de sí mismos y de porqué merece la pena visitarlos. Me los imagino prestando atención mientras sienten y disfrutan del privilegio enorme de ser los únicos que cuando salen de viaje volverán a Sevilla en un eterno retorno a la perfección, porque todos quieren ir a Sevilla, pero nosotros, gracias a Dios, a Sevilla, volvemos.
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