Ese fin de semana me invitaron a una reunión de vecinos junto con otras personas cuya asistencia consideraron conveniente. Llovía a cántaros y los caminos de la urbanización en cuestión parecían una marcha hacia Moscú. El frío y el aire campaban como si Sevilla hubiera olvidado sus costumbres de marzo. La situación era algo bastante común: Casas sin legalizar, vecinos sin confianza ni dinero, necesidad de mejorar de vida y un horizonte lleno de burocracia y de papeleo interminable. Por lo que sé, también era normal la existencia de otros vecinos que ni aparecían ni pagaban y la asistencia de un par de ellos que iban para decir que se sentían olvidados y que no pensaban pagar nada… Al final hubo insultos y algún que otro golpe… Salí entristecido de allí. No me gusta en lo que hemos convertido las administraciones públicas. Por mirar su lado bueno es cierto que ofrecen, en muchas ocasiones, apoyo y ayuda, pero para los ciudadanos de a pie enfangado se han convertido en un encogimiento de hombros detrás de una ventanilla. Tengo la sensación últimamente de que nuestras administraciones locales ya no son una casa común que actúa en nuestro nombre, sino una especie de jefe de servicio ciego y sordo que sólo atiende a que los papeles están debidamente cumplimentados.
Estamos saliendo desde hace muchos meses ya de la crisis económica. Estamos pensando volver a construir cosas o a arreglar los desconchones de las casas viejas… Nuestro alcalde ha dicho que se va, o que no volverá, que es una manera lenta de irse, como se van los romances gastados. Cuando salgamos de veras de este terremoto lleno de escombros que está siendo nuestra crisis, deberíamos ocasionar una crisis nueva. Sin revueltas ni disparos, pero una revolución que le vuelva a dar sentido a la política que nos rodea cada día y que humanice los papeles, porque hemos cambiado aquello del hombre para el sábado por formularios que atenazan y cortan ilusiones. Fíjense si no, hablamos de seres humanos con papeles o sin papeles, no me digan que no es un despropósito.
Nuestro Señor alcalde se va entre la lluvia como el final de una película en blanco y negro, pero la causa no ha sido un amor en medio de la guerra, qué va, ha sido, y a esto me refería, que en el mercadeo de Sevilla, se han perdido los papeles.
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