Ustedes me van a perdonar. O no. Pero no tengo bastante con la crisis que hay. Quiero más. Necesito que la crisis, que como ya sabrán, significa cambio, abarque cada miseria de la que somos capaces. Estamos, todavía, hundidos en la crisis económica que ha producido la especulación. Estamos, también, en una grave crisis de fondos públicos provocada por ese afán de regular y meterse en cada resquicio de la vida social, que ha dado lugar a que las administraciones públicas tengan una enorme serie de obligaciones que no pueden costearse. Durante demasiado tiempo se han repartido prohibiciones y teóricos beneficios sociales que han contribuido a anestesiar a una sociedad que ahora no sabe salir de la sala de despertar. Todo está reglado y controlado, hasta tal punto, que se ha anulado la personalidad y la individualidad. Con lo personal, también se ha cercenado la espontaneidad. En aras de lo políticamente correcto los profesores, por ejemplo, no podemos expresar opiniones personales ante el miedo a la reprimenda subsiguiente por no estar cumpliendo estrictamente con nuestra obligación. Cualquier opinión, que la constitución protege, es considerada adoctrinamiento. Cuestionar leyes o posturas, o partidos, conlleva, en poco tiempo, la protesta de algún padre que no atiende si se le razona que la pluralidad es riqueza y que ayudará a sus hijos a adoptar una vida crítica y una personalidad propia. Qué nadie se atreva a ser uno mismo… salvo que sea un político catalán en activo, claro. Puigcercós acaba de decir en un mitin que «en Andalucía no paga impuestos ni Dios». Y se queda tan pancho, y no pasará nada, incluso saldrá elegido, probablemente para ocupar un cargo que también los andaluces pagamos con nuestros impuestos. Quiero otra crisis. Una crisis gorda y arrasadora que elimine el palurdismo como forma instaurada de comportamiento. Una crisis que nos oprima tanto, tanto, con prohibiciones de todo tipo que provoque una revolución para que volvamos a la cultura del cariño y de la tolerancia. Para que esto se rompa de una vez por todas y dejemos de prohibir y de atacar y pasemos a fomentar y a incluir. Que se cuelguen crucifijos, medias lunas, budas y ying-yangs; fotos de Marx, de Hitler, de Franco, de Ghandi y de Luther King para que la juventud, cuando señale con el dedo preguntando, reciba respuestas ricas y variadas que los lleven a la sabiduría. Espero que sea incruenta, porque el ser humano es tan cabezota que necesita casi acabar con el planeta para intentar huir de la extinción. Tan cruel que ha necesitado dos guerras mundiales y muchas más para que anhelemos la paz sobre todo. Que está necesitando al Sáhara y ha necesitado a ETA para que veamos que puede haber posturas que unan a derechas e izquierdas… Pidamos, provoquemos una crisis tan salvaje de amordazamiento social que volvamos a tener un sueño donde los palurdos mal intencionados no quepan, si no cambian, en los puestos de los que nos gobiernan a los demás porque los demás nos dejamos. Menos mal que aún queda el periodismo, aunque nuestro gobierno no lo defienda de ministros como el marroquí.
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