La mayoría de quienes estamos aquí tenemos un recuerdo lejano de lo que supone estar en el colegio. Sí colegio, porque a esto nunca le llamamos instituto, el insti, que dicen los que tienen finde, salen con los coleguis y le llaman gordi a su pareja. Pues eso que os decía, para la mayor parte de nosotros la escalera de mármol de las ocho de la mañana queda muy lejos. Pero hay quienes seguimos dentro de las aulas y tenemos un sellito que nos dejaron hace ya 25 años. Como la evidencia os corrobora, no es que haya conseguido crecer mucho, pero la recordaba muy ancha y muy alta. Una cara de pirámide por donde arrastrar el sueño cada mañana antes de comenzar a oír el griterío de los primeros que estaban jugando en el patio. Nada más entrar en el pasillo la adrenalina saltaba y lo ponía a uno en estado de alarma. Si se oían unas llaves era Don Enrique, manos a la espalda, que se acercaba en busca de una víctima para seguir manteniendo su control ferreo sobre la ley y el orden.
- Ts Ts Ts, ven aquí, ven aquí, ven aquí…
- Mierda, pero si acabo de llegar…
- ¿Tú estabas ayer con pepito y Vicentito y el Benítez en las gradas?...
No era una manera extraña de empezar el día. El sentimiento era de control, pero ahora, con el tiempo, he caído en que había alguien importante, de quien dependía gran parte de mi vida por aquel entonces que sabía quienes éramos, cómo nos llamábamos nosotros, nuestros padres, madres, hermanos, tíos, tías, novios, novias… Nuestra vida era importante.
Con el castigo encima sin saber muy bien por qué, se entraba en clase ganseando con los colegas, buscando si estaba el compañero o la compañera que te gustaba y viendo llegar a los internos con esa carita de gusto que les ponía el exquisito café al bromuro del comedor. Hoy día trabajo con Julio Páez y ha conseguido hacerme entender por qué, de pronto, antes de la primera hora, se les crispaban los dedos sobre el papel y salían corriendo de clase… no les había dado tiempo de dar todo lo que llevaban dentro, porque se habían estado peleando por las duchas, don Marcial los había despertado por el altavoz con el “entre amigos” de Aute (al alba al alba) y cada ducha era para cuatro, pero solo había agua caliente para los dos primeros, póbrecitos míos.
Primera hora: Inglés. Por Dios. Students, listen, speak aloud and clear and everybody can hear. El mundo se ponía a cámara lenta y Don Marcial entraba pausado por la puerta. Mis párpados buscaban las rodillas con el peso de dos alas de avión mientras que con la mirada perdida oía de lejos eso de:
- Frontera border, vacío empty, casa house y luego me contaban en inglés algo sobre el triángulo de las bermudas.
Aquel aburrimiento se ha convertido en una magnífica lección de tranquilidad y orden. No había prisa, ni presión. Con su silenciosa manera de hacer el bien nos transmitió la coherencia de lo callado y de lo paciente.
Tras horas de tortura, for tomorrow, page 15… exercises 1, 2, 3… se oía la sirena, menos mal… en el tiempo se mezclan jefes de estudio y le tocaba darnos clase a Don Diego Cardenal, que era nuestro tutor. No llega. Yo soy el delegado, andamos por abril, llevamos meses de curso, me llego al despacho, llamo, ¿se puede Don Diego? ¿Y tú quien eres? Soy el delegado de su curso Don Diego… ah, claro claro, pues quítate las gafas… son graduadas y se oscurecen Don Diego… ah, claro claro, ¿qué pasa? Que tiene usted clase con nosotros, Don Diego, ah muy bien… ahora voy, que no armen jaleo y que no tenga que repetirlo (bis)… y al final no aparecía.
Pero no importaba porque después le tocaba al Martel. Aunque a él le daba muchísimo coraje que le dijéramos Martel contestaba aquello de “me llamo Rafael Romero Martel, mataor de novillos toros”. Recuerdo un día que estando ya en letras entró él y se sentó en la mesa del profesor. Nadie se atrevía a decirle nada, por supuesto. El pintó uno de aquellos 2 en los que se recreaba, un número E, logarimmo… y varias rarezas más entre el murmullo general. Cuando se volvió para mandarnos a callar se dio cuenta de que no éramos de los suyos, sino esa gente de letras, se sentó en la mesa, puso los pies sobre ella y brururururu… hasta que le pregunté que qué hacía… algo que ustedes los de letras puedan entender… polinizando… os nombré antes a un compañero de trabajo… aún les habla de don Rafael a nuestros alumnos, de su amor por la ciencia y lo exacto. De su respeto al rigor…
Recreo, por fin… a la peña a comprar el bocata de mortadela… antes de volver a enfrentarnos al sacarosa (Don Manuel Buenaventura: sea una bola shiquetita…) al Paco Pues, que hacía problemas de química con puesbotellas de puescasera y puesátomos de pueshidrógeno…) Andrés Barrios, qué guapo… o Jose Manuel, a quien cantábamos aquello de Gavilán o Paloma, porque, qué guapo también, se parecía a Pablo Abraira. Concha Ollero que era la envidia de los de inglés, Pepe el gitano, Pascual Bandrés, estoooo, los movimientos pottumo… ese sí que era guapo, ¿verdad? Mercedes, La Heidi o Loli Verdugo… y Pascual Méndez, que nos dejó a todos anonadados cuando nos dio su primera clase sustituyendo a Ignacio y nada más entrar nos hizo coger un folio y dijo escribid: la belleza. Escribir??? Eso qué esss??? Para qué vale??? Jolín si vale, hoy es mi vida y nadie sabría vivir sin la palabra.
Éramos importantes para mucha gente. Miles antes que nosotros y después que nosotros pasaron por las manos de quienes se dejaron la vida en el intento. Don Antonio Sousa nos enseñó lo que era ser un hombre de honor y un caballero, Don Ricardo y su amor a España… Parra aún corre por estos pasillos, Cantalapiedra me casó y bautizó con Antoñito Durán a mi hijo…
Era previsible que nombrara aquí a Don Bosco, a la mamá Margarita de las filminas de Don Eduardo Benot, a María Auxiliadora… pero bendita hora en que se les ocurrió que los Salesianos eran una idea buena y una idea posible. Dios trabajando en el mundo. Gracias a todos ellos, nosotros somos una promoción y somos gente que se quiere, de gente que se recuerda, que se alegra de verse; algunos de nosotros somos pareja, tenemos hijos que juegan juntos… hemos formado parte de la realidad del sueño de un cura italiano, saltimbanqui y titiritero, que sabía que ella, la que nos tiene una vez más, rendidos a sus plantas, lo ha hecho todo.