AZAR Y NECESIDAD, CASUALIDAD Y DESTINO.
SHEPOPAPOTEZUMA.
Shepopapotezuma. Ese es mi nombre, y mi vida, se me apareció de repente un día mientras trabajaba. Bueno, no fue exactamente mi vida, sino su sentido, mi destino, aunque no pueda aplicárseme un termino así. Pero comenzaré por cualquier momento de mi infancia, al que, como hacéis vosotros los humanos, podemos llamar principio.
Cuando era pequeño me encantaba ir a ver trabajar a mi padre. Aunque ahora lo considero un trabajo pesado y estresante, por aquel entonces me encantaba subir a su nube de un blanquísimo color azul nube y verle realizar día a día su labor. El me recibía con un beso en la frente y una palmaditas en el hombro y seguía borrando, escribiendo, soplando y amasando. Cada vez que yo le decía que quería ayudarle, suspiraba sonriendo y me decía que hiciera cualquier pequeña tarea sin importancia que me hacía sentir enormenmente ufano y orgulloso. Yo pensaba para mí que ojalá tuviera alguien con quien consentir (con-sentir) aquello, pero, casualmente, mi destino era estar solo. Esto, el estar solo, me provocaba con frecuencia arranques: arranques de mal humor, de coraje, de cariño, de amor universal, de tos... éstos eran los más molestos por insistentes y empecinados, pero, al menos, me servían para que mi padre y único amigo, compañero etc, dejase un poco su trabajo y se viniera hacia mí con cara de interés. Yo le miraba rojo, inflamado y con cara de globo diciendo orj ofoj y con los ojos amorosos parecidos a dos catástrofes. Y le agradecía aquello en el alma. Me gustaría contaros todo lo demás que yo hacía allí en mi vida primigenia y daros detalles y anécdotas, pero no puedo, y no porque no tenga tiempo o interés, es que no tengo nada que contar sobre mí mismo allí. Todo lo que podría deciros son historias de otros, porque mi siendo (eso a lo que vosotros llamáis tiempo) solía pasarlo mirando las vidas de vosotros los normales. Dediqué a ello tanta energía que me convertí en un auténtico especialista y tomé una decisión que a mí me pareció insignificante pero que mi padre recibió con gravedad imprevista.
- ¿Sabes la tremenda posible trascendencia de lo que me estás pidiendo Shepopapotezumaito? - odiaba que me llamase con ese diminutivo, por decirlo de algún modo-.
- Ppnn ues no, ¿y? - la contesté yo adoptando todo el aire de inteligencia que fui capaz.
- Nuestras intromisiones en la vida de nuestros creados, hijo, son hechos de enorme importancia que pueden trastocarlo todo si no llegan en el momento oportuno. Sólo en casos de algún fallo en la producción he solido crear a un especialista para enviarlo a arreglar las cosas. No eres necesario ahora allá abajo, además ¿no estás a gusto aquí conmigo?
- Hombre sí padre, pero yo no dejaría de estar en ti y tú en mí siendo nosotros uno y todo eso que me has enseñado y que no acabo yo de... bueno, es para distraerme un poco, cuando tú quieras me llamas y ya está ¿vale? ¿sí?
MI padre me miró fijamente un rato y dijo un "está bien" con esa cara que he visto poner a muchos hombres cuando su pareja les dice "prométemequevasahacerloqueyoteviadecí. Promételo" y les besan. Pero bueno, iba a cambiar mi existencia y aquello me parecía interesante, aunque me extrañó no alegrarme enormemente al conseguir lo que quería, pero es que uno es así de rarito. Hice la figurita de cera que me encargó mi padre, le escribí mi nombre, le di un beso a mi viejo, le eché mi aliento divino a mi figurita y así nací... en mi viaje desde el cielo hasta el útero de humana oí vagamente gritar a mi padre que se me había olvidado algo... cualquier tontería, al fin y al cabo, uno es dios también y supongo que mis fallos no pueden ser importantes. Me oí llorar por primera vez en mi vida y al poco estaba chupando una morenísima teta amazónica y me sentía estupendamente. Pude comprobar que estaba en un poblado de una tribu prehistórica de esas que aún viven igual que al principio en pleno siglo... finales del 20. No había previsto aparecer ahí, pues conozco a toda la humanidad y sé que no son los más divertidos, pero bueno, no estaba tan mal para empezar, y ya tendría tiempo de ir a grandes aventuras. Me sonó extraño eso de no estaba previsto y recordando recordando casi visualicé los gritos que me estaba dando mi padre cuando me fui. Había sido imbécil, y descubrí que yo también era, extrañamente, susceptible de equivocarme. Se me había olvidado escribirme mi historia en la espalda de cera como hace mi padre con cada una de sus criaturas. Aquello me pareció terrible en un principio: mi espalda estaba en blanco. No cumplí aquello de "al principio fue el verbo" que me enseñó un hermano de mi padre, aunque tampoco tenía por qué ser tan grave. De todas formas lo hubiera tenido que escribir yo mismo antes de vivir, y supuse que igual daría escribirlo después de vivir contando lo que ya había sido. No tenía por qué haber diferencia alguna. ¿No?
El brujo de la tribu me alzó en alto. Yo protesté con un berrido, pues sin darse el hombre cuenta, que no digo yo que fuera un delicuente, me había cogido un pellizco en la parte interna del muslo donde comienza una zona sacra que tenía el impulso de proteger como a mí mismo. Yo sabía que era así para todos, pero me llamó la atención comprobarlo por mí mismo. Protesté de nuevo y todos rieron y aplaudieron. ¿Acaso comenzaban ya algunos problemas de comunicación? Mentalmente le transmití mi nombre.
- Este niño se llamará... Pepotrapometec.
O sea, que mi mensaje no le había llegado telepáticamente diáfano. Probablemente el doloroso pellizco mermó mis facultades. Al menos me bajó y me entregó de nuevo a mi madre. El universo salió del caos.
A partir de ahí, eso que vosotros conocéis como infancia, corrió para mí de la forma más normal. Estaba todo el día moqueando y sentado en suelo con el culo al aire chupándome los dedos, exactamente igual que mis colegas. Cuando fui ya lo suficientemente grandecito, le dije un día a mis padres:
- Padre. Madre. Bienamados sois para mí y tendréis un día en el cielo el agradecimiento eterno de mi padre. Ahora he de dejaros e irme con mis ahora congéneres para experimentar plenamente una vida.
- ¡Toc toc puet ettamoalc, Ainc font latemuelt conac...! - me contestaron ellos con desprecio y enfado, acabando por decirme algo como "y vete con tus..." cosa que jamás logré entender.
A pesar de aquel ambiente poco positivo, conseguí llegar, tras una amplia travesía de toda la selva en la que admiré las obras de mi padre, a la ciudad, donde seguro que podría dedicarme a disfrutar un poco de la existencia.
Como si me hubiesen reconocido, todas las gentes de las calles por las que iba pasando, me señalaban y miraban abiertamente, y yo les sonreía con afabilidad como criaturas mías que eran y ellos reían felices y seguían su camino moviendo la cabeza de un lado a otro. Mi cuerpo humano me envió en un momento dado una señal de que quería comer, con lo que entré en un lugar donde muchas personas comían y bebían y pedí lo que mejor me pareció. Sentí algo de frío, pues había en el local aire acondicionado y sentí también que las cachas se me pegaban sudorosas al asiento de plástico, pero no se estaba del todo mal, aunque hubiera preferido que dejaran de mirarme y de sonreír para comer tranquilo. Al traerme el postre me entregaron la cuenta, cayendo yo en ella y comprobando mi carencia de esa prueba suprema que mi progenitor envió a los hombres y que se llama dinero. Ir desnudo era conveniente o no según se mirara, pero ir sin dinero era absolutamente desaconsejable incluso para un dios como yo. Recé a mi padre y me agaché para recoger la cartera perdida que él puso allí por casualidad y lamenté una vez más mi olvido de ponerme un destino maravilloso y ordenado cuando me creé. Tendría que labrarme mi propia vida y eso comenzaba a parecerme, cuando menos, enojoso.
En fin, dejé el dinero en la mesa y me dispuse a irme cuando se sentó a mi lado un señor con traje fino, fresco y elegante y, enfrente, dos jóvenes, también con gafas y pelo corto.
El señor se dirigió a mí con aquella lengua de mi tribu en la tierra que sonaba como golpes en un baobab (o cualquier otro tronco gordo, la verdad) diciéndome que estaba muy sorprendido de haber visto a un yanomami como yo ir a la ciudad. Y me dio la bienvenida en nombre de Shepopapotepapá. El pobre ignorante.
Yo le contesté en cristiano, cosa que le sorprendió aún más, para preguntarle que qué deseaba, a lo que él me contestó que simplemente deseaba, sin me parecía bien, poder tomarme como objeto de estudio, ya que yo representaba un fenómeno originalísimo y fascinante de autoinclusión voluntaria de la naturaleza virgen en la moderna sociedad industrial de consumo. Ya me había parecido ignorante, pero ahora estuve a punto de tacharlo de infeliz, menos mal que pensé a tiempo que la criatura no tenía por qué saber que yo era su superior y que había dicho no otra cosa sino una sarta de gilipoyeces. Le sonreí aceptando, pues para eso estoy, para aceptar lo que los corazones humanos piden de buena fe (siempre que sea conveniente a sus destinos de salvación escritos por mi padre) y le dije mi nombre y le di la mano. Él dijo que yo debía ser príncipe en la tribu para llamarme así y se presentó. Era un afamado catedrático de antropología y los dos cretinillos felices que tenía delante, dos destacados alumnos. Me digné a darles la mano, aunque me la estrecharon como si le dieran una moneda a un niño.
Decidí que quizá era aquella la primera señal de mi destino posterior. Ya dije que mi sino sería contrario al de todos los humanos: estaba en blanco y yo lo rellenaría. Pero esto sólo lo sentí yo, pues bien sé que todos vosotros tenéis al misma sensación, aunque estéis equivocados.
De camino hacia un hotel le comuniqué a mi nuevo amigo que, puesto que había venido a este mundo a experimentar sensaciones humanas que de por mí no podía disfrutar, para lo que era necesario mi absoluta imbución en sus normas y estéticas, deseaba comprarme ropas adecuadas y ajustar mi imagen a las modas con las que aquellos humanos se mensajeaban unos a otros. Él lo recibió con desencanto, pues, me explicó, con los atributos, colores y desnudeces de mi tribu, era más auténtico. Tuve que espetarle que no fuera pacato o tonto, que yo era yo en bolas o vestido y que me ayudase a sentirme cómodo
Aquello fue una de las primeras sensaciones humanas que experimenté conscientemente: la incomodidad. Cuando llegué a la ciudad me suaba uir huevloc aquello de la vestimenta, pues yo era una mente superior y sabía que todos somos iguales vistamos como vistamos y lo exterior es pura convención. Intelectualmente no se me quitó esa convicción pero deseé pasarla por alto y adaptarme por pura inercia. Qué extraño, pero no era nada malo, así que me compré un buen vestuario, moderno y elegante (mi padre me había enviado una cartera generosísima). Frente al espejo recibí una impresión contradictoria pues estaba conforme pero algo azorado, me reconocía a la última pero la boca me sabía a algo amargo e indefinible cuando me giraba y me veía mangas, zapatos y corbatas. En fin, mejor no prestarle mucha atención a todas esas nimiedades.
En el hotel me sentí tratado como realmente debía serlo y recobré la seguridad en mí mismo. El lenguaje humano había creado dos formas distintas para expresar ideas contrarias: lo malo, incomodidad; lo bueno, seguridad en uno mismo. Parece ser que me adentraba en los vericuetos de los sentimientos.
El profesor se despidió de mí y me eché en la cama mirando al techo. Me recogería a la mañana siguiente para que diese una conferencia en su facultad. Intentaría serles útil a los hombres, me propuse.
Me picaba un poco un huevete y me lo rasqué repetidamente. Se me quitó al poco, pero fue sustituido por una dureza en el órgano más largo de aquella zona. No sé si tendrá algo que ver o no, pero, simultáneamente, me sentí solo. Para quitar la inflamación sabía lo que debía hacer aunque podía también resistirme ya que soy un dios, pero como nada hay de malo en ello y divierte,,, pero no se me fue la soledad. Menos mal, pues así podía adentrarme en otro estado anímico más. Recé de nuevo, pero ahora vi que me encontré con un problema, no sabía qué pedirle a mi padre y tuve ganas de llorar. ¿Seré imbécil? Yo llorando ¿Para qué? ¿Por qué? Bueno, tampoco es malo llorar y lloré hasta hartarme. Terminé mi rezo diciendo aquello que está escrito de "hágase en mí según tu palabra" que a mi padre tanto le gustó hace ya 2000 años. Lo que pasa es que en aquella mujer (y en cualquier humano) aquello era de una grandeza y aceptación encomiables, pero en mí era una perogruyada, pues no me había escrito nada y decir aquello era aceptar también para mí el también famoso "no soy digno de que entres en mi casa (corazón, alma...) pero una palabra tuya bastará para salvarme". Me sentí mejor. En todo caso mi buen padre estaba arriba y aunque mi vida estuviese sin hacer, no me iba a abandonar al desorden. Sonreí al recordar la depre transitoria por la que había pasado y me dormí tranquilo y con más aprendizaje en la cabeza, aunque sin lograr entender aún por qué, a pesar de aquellas certezas incuestionables me pesaba el pecho y la garganta un poco más de lo normal.
El aula magna estaba repleta. Me desperté sereno y relajado esa mañana, y me sentía bien delante de todas aquellas personas ávidas por aprender. El traje me quedaba francamente bien.
Me habían dejado el lugar de honor. A mi izquierda estaba el catedrático famoso y a mi derecha el rector de la universidad. Debía ser muy importante mi amigo. Se sentaban también otros decanos y demás hombres importantes.
El profesor me presentó con halagos hacia mi persona y mentalidad y dijo que yo era un excelentísimo ejemplo de autoanálisis y libre albedrío. Que todos tenían mucho que aprender de mí.
Guardé silencio un rato antes de comenzar. Les hablaría de cómo son creados los hombres y de la existencia de su destino. De cómo las oraciones son oídas siempre aunque no lo parezca y de cómo los hombres creen que existe el bien y el mal, lo bueno y lo malo... La incomodidad y la tristeza y el estar seguro de sí mismo o en paz de forma equivocada pues lo que ello interpretan como mala suerte o destinos adversos no son sino lecciones e instantes necesarios para el creador para transmitir así enseñanzas superiores y alimentos espirituales... La relación existente entre lo que llamamos lo jodido, un marrón, una lástima o incluso una tragedia y su valor real es tan ficticia e incierta como la existente entre un picor de escroto y la soledad. Y yo, Shepopapotezuma, os lo aseguro, pues es palabra de dios.
El silencio que siguió al mío comenzó a pesar y no fui capaz de interpretar nada. El público tenía cara de ofendido casi y parecía que quería escupirme por decirles aquello, que en realidad sus destinos son caminos de paz y bondad y que el dolor es sólo la duda que les acecha cuando lo ponen en tela de juicio.
El profesor habló para encomiar las posibilidades de debate que aquel cuento popular de mi tribu abría y para alabar mi capacidad dramática que los había embelesado y que cubría, por timidez, mi enorme capacidad crítica que me había hecho ir de la prehistoria a la civilización. Todos suspiraron con alivio y comenzaron a batir y debatir con el profesor. Quise protestar pero ya nadie me atendía, aunque sí me sonreían de vez en cuando para que yo asintiese con seriedad, lo que parecía encantarles.
Lo único que pretendía era ayudarles un poco y darles ánimos aunque, pensé, quizá no lo necesitaran y yo hubiese estado presuntuoso. El sentimiento que experimenté aquella vez fue de inferioridad. No endógena, pero sí exógena, es decir, yo era un dios, eso era un hecho, pero a los demás les importaba un, un... vale así. Me apliqué mis teorías y salí adelante y deduje que había aprendido que a un humano aquello pudiera parecerle un triste destino, aunque fuera por falta de fe.
Pero las casualidades y los destinos son volubles y tras la conferencia me ofrecieron un buen sueldo por seguir dando charlas vestido con un traje. Acepté, pues muy bien podía ser aquello parte de ese destino inexistente pero que, a lo mejor, mi padre estaba pronunciando.
Comencé así una vida tranquila y respetada por respetable aunque (bueno, aunque no, gracias) gracias a la cual (no sé si por casualidad aunque probablemente sería para cumplir mi destino) experimenté otro de los sentimientos más dominantes y con peligros de frustrante que acechan al vulgo: el aburrimiento. Creo que poco hay que explicar de él, pero en mi denodado esfuerzo por salir airoso de los trances humanos, descubrí la función de bondad de semejante catástrofe anímica: gracias a él se produce un proceso casi siempre fructífero. A saber: mal humor, depre, lucha y crisis, actividad, y cambio. Estas fases se cruzan y entremezclan entre sí y también con soledad, incomodidad, picores púbicos impúdicos, euforias ridículas... pero acaba imponiéndose, al menos en mi caso, que para eso soy un dios, la razón, y con ella la paz de espíritu. Mi salida me la envió mi padre en forma de mujer e hijos y fama, pues en mi crisis había escrito mis conferencias, que se vendían muy bien.
Conocí así la felicidad humana, a la que algunos llaman plenitud, lo que es muy acertado, y disfruté a fondo del coñazo que me daban mis hijos y mi mujer, que eran mi vida entera, gracias a dios. Me hice viejo y comencé a introducir el tema de la muerte en mis escritos, y fueron muchos los que me enviaron agradecimientos por revelarles un futuro tan halagador y también hubo quien me escribió cosas como "hijo de puta embustero" y otras de esa elegancia, pero era sólo porque se negaban a sonreirle a sus destinos. Los pobres.
Antes de expirar, después de ochenta años en la tierra, intenté, sonriendo, animar a mis familiares y amigos explicándoles que todo aquello era bueno y necesario y que no tenían por qué llorar. Pero sólo son humanos, pensé, y dejé que se desahogaran.
Mi padre me recibió con los brazos abiertos.
- Te has hecho todo un hombre -me dijo-
- Pps ues sí -siempre me costaba hablarle con claridad-
- Qué, ¿cómo te ha ido?
- ¿Que cómo me ha ido? ¿Nno lo no lo sabes? ¿No me escribist te ni pronnunciast te nada para mí?
- No, claro, lo podrías haber hecho tú mismo ¿acaso no es igual?
- Claro que no -cogí carrerilla- claro que no -repetí asombrado de mi locuacidad- ¿No te das cuenta de que entonces he vivido por casualidad? Yo creía que te estabas ocupando del asunto tú mismo.
- Shepopapotezumaito. Shepo -así me gustaba más- ¿No te das cuenta de que no ha tenido mayor importancia?
Era cierto, pensé, pero me dio mucho coraje.
SHEPOPAPOTEZUMA.