Ya saben que se lo puedo asegurar. Me había puesto mi sombrero, había cogido mi pipa, y estaba en la cafetería de mi amigo Oscar, sentado en medio de una preciosa tarde, preparando un artículo sobre los efectos olímpicos de la denegación a la villa de Madrid y sus repercusiones sevillanas. Pero Oscar comenzó a charlar conmigo y consiguió preocuparme, verán:
¿Se acuerdan de cuando tuvimos que estudiar la revolución francesa en el colegio? ¿Se acuerdan de esas imágenes de franceses y francesas alocados por las calles, tomando la Bastilla, vociferando y guillotinando gente en nombre de la liberté, la igualité y la fraternité? Pues Oscar, que es un verdadero dandy pijo y elegante, me recordó con su actitud a uno de aquellos descamisados que corrieron por las calles de París. Estaba enfadado, muy enfadado con la situación económica que nuestros gobiernos le están haciendo atravesar. Nuestros gobiernos, sí, porque, no lo olvidemos, cada españolito que viene al mundo está bajo tres administraciones que devoran y gestionan fondos públicos. La nacional, la autonómica y la local, cada una con todos sus sueldos y gastos. Oscar pregonaba una especie de revolución de los autónomos, que se han convertido en el tercer estado de nuestro país. Proponía que todos los autónomos dejaran de pagar impuestos hasta que no tuvieran los mismos derechos que el resto de los trabajadores que aún quedan. Es más, él sugería que hasta que no tuvieran los mismos derechos que los funcionarios.
En nuestra coyuntura moderna, la revolución, que es palabra muy cubana, parece quedar lejos de la realidad, pero ¿qué ocurriría? Es de suponer que sus manifestaciones serían disueltas por las fuerzas de orden público y que sus situaciones tributarias pasarían a impagos y apremios sin la mayor consideración histórica. ¿Se imaginan a todos los autónomos tomando la Torre del Oro y pidiendo un nuevo Estado? ¿Se imaginan a todos los parados por las calles gritando y guillotinando a los dirigentes con sus votos?
Yo, demócrata acérrimo, ya lo saben, le decía que la revolución no es necesaria porque la democracia es una revolución. Porque cada ciudadano tiene un arma llena de futuro que se llama voto. E intentaba darle ánimos. Pero él miraba sus facturas, pensaba en el IVA que viene, negaba con la cabeza baja y una sonrisa oscura… y no mostraba ningún signo de esperanza.
No comments:
Post a Comment