Hoy les tengo que pedir perdón por hablarles de Sevilla. Les puedo asegurar que no es esto lo que me apetece contarles, pero la verdad existe independientemente de nuestros deseos, ¿o no? Verán:
Desde no hace mucho tiempo, milito en un partido político al que me apunté con la intención de alejar de mí esa sensación de no hacer nada para arreglar esta política empantanada y absurda que nos asfixia.
Como siempre que se comienza algo, iba lleno de ilusiones y de fuerza. Es normal. Pero hoy estoy a punto de dejarlo. Estoy cansado. Muy cansado. Cansado hasta el hastío.
En Sevilla, el partido en cuestión ha expedientado de expulsión a una serie de militantes que, a mi juicio, han sido tratados con desconsideración e injusticia. Y han sido expedientados por unas acciones que los promotores de los expedientes realizan con naturalidad. Simplemente han sido los perdedores de una guerra cainita. Una más.
Bueno, pues ese partido ha celebrado la semana pasada elecciones a delegados para su primer congreso en Madrid. Una serie de ciudadanos han votado y otra serie de ciudadanos han sido elegidos. ¿Fácil verdad? Pues no. No es tan fácil. Los que no son expedientados se consideran perdedores ante los resultados obtenidos, porque los que simpatizan con los expedientados han obtenidos más votos, así que están pensando en impugnar las votaciones y supongo que no cejarán hasta que los resultados no sean de su agrado.
Y ustedes pensarán que qué puñetas les importa esto ¿verdad? Y con toda la razón. Pero quería contárselo a Sevilla para que Sevilla sepa que en las catacumbas que rezuman aguas del Guadalquivir se sigue luchando por la libertad de pensamiento, de asociación y de expresión. Para que Sevilla sepa que se siguen librando batallas subterráneas que luego saldrán a la arena política para cambiar el mundo o para seguir dejándolo como estaba. Quería contárselo a ustedes, para que si se cruzan por la calle con alguien que tenga ganas de trabajar por Sevilla puedan aconsejarle, si saben el truco, cómo meterse en política sin tener que ser ya, nunca más, ni víctima ni verdugo.
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