No sé si me creerán, pero les aseguro que estaba acabando mi columna de esta semana sobre Sevilla, cuando oí el argumento con el que se descalificó a Rajoy tras el debate de presupuestos y supe que tenía que dedicarme a ello. Machista. Lo que dijo no tuvo validez por machista. Si socialista es el que favorece lo social, machista será el que favorece lo macho, digo yo. Y como vivimos en un país demediado, donde todo es conmigo o contra mí, pues favorecer lo macho es, por lo visto, perjudicar a la fémina. No entiendo nada. Hasta donde yo vi, las descalificaciones se basaban en conceptos económicos y políticos, jamás en conceptos sexistas. Pero hemos creado un nuevo satanismo. En las distintas épocas de la historia lo peor que se le podía decir a alguien ha ido cambiando. En Grecia se mandó morir a Sócrates, en Roma lo peor era ser traidor; en la Edad Media, bruja; con Franco, rojo, ateo o judeomasón… hoy día, machista es lo peor, y basta pronunciarlo para abatir a alguien. Así que para decir lo siguiente, me preparo a recibir la más infame de las sentencias, porque yo sí quiero ser machista por un momento, aunque no entienda bien qué sea ser machista tras lo de Rajoy.
Y es que me muero si no digo que con toda esta discusión sobre el aborto, las píldoras y los consentimientos echo de menos dos cosas:
- Una: que al feto se le aplique el principio de la duda razonable y, así, no se condene a muerte a algo que ha sido reconocido ministerialmente como ser vivo. Deberían estar al quite los ecologistas.
- Dos: La palabra padre. Jamás la oigo. La fémina, es quien sufre el embarazo y el parto, pero el padre, yo al menos, quiero a mi hijo por encima de mi propia existencia. No sé qué haría si se me negara el derecho a defenderlo por encima de todo, sólo por no ser mujer. Pero claro, en la nueva religión de Estado, los machistas ni sabemos de economía ni formamos parte de la vida.